4 de septiembre de 2009



Capítulo de mi novela (PROYECTO)




DESPERTÓ, PERO sus ojos aún parecían entrecerrados, sintió el cono de luz estrellar en sus mejillas y entibiarlas levemente: el silencio lo inquietaba. Intentó mover apenas sus delgadas manos curtidas, delineadas de cintillas de tonos verduscos, tendidas sobre unas sabanas blancas que lo cubrían desde el pecho hasta los pies: era inútil.

Su respiración era confusa, honda, pausada y agitada y pausada otra vez, un vientecillo se colaba por la rendija de alguna ventanilla de la habitación de paredes blancas y atmósfera frígida, adentrando por las callosas plantas de sus pies, recorriendo sus muslos y sus piernas arqueadas, filtrándose en sus brazos y extinguiéndose en el cuello y sus orejas.

Parecía más delgado. Los huesos pegados a la piel, y los labios fruncidos, hundidos y resecos, donde el rabillo apilaba trocitos diminutos de saliva que embadurnaban sus bigotes ralos. En sus sienes crecían pequeñas motitas grisáceas y sus cejas hirsutas cedían de a poco.

La imaginó por un momento. Su lengua humedeció sus labios con dificultad. Centellante e indomable al principio, piensa. El general don Emilio Arévalo la trajo desde la Argentina a cargo de una deuda garantizada de la que se adueñó sin consulta alguna. Tuvo un acceso de tos y sintió nauseas al tragar su saliva. Tenía mala fama: de mujeriego, estafador y borracho y de cuando en cuando lo veían entrar de muy noche a algún burdel de la zona que rodeaba al fortín. Su frente brillaba y brotaban gotitas minúsculas que fluían y se confundían con el airecillo que estremecía sus orejas y el cuello lleno ya de surcos.

Sabían que era casado, su mujer toda una dama, una señora de su casa, de lentes oscuros y nariz respingada. Pero nadie se metería con él, Mi general, buenos días, don Arévalo, buenas noches, le tenían respeto, pero sobre todo miedo, piensa. ¿El general Arévalo? ¿El señor Arévalo? Sí, un modelo a seguir, todo un caballero, un ejemplo para la institución. Bajo sus ojos ocultos se formaban unas bolsas violáceas que avejentaban su rostro y una mancha sombría ensuciaba su quijada. Piensa: el hijo de puta de Arévalo.

Imaginó la cuadra, sus pasadizos hediondos, sus paredes blancas, agrietadas y descascarilladas donde se dejaban ver pequeñas cortezas rojizas roídas por la humedad que difuminaba en el recinto, pintas descoloridas de rombos púrpura, separados por intervalos de pórticos pardos con apretados paneles rectangulares.

Notó aproximarse un rostro femenino sobre el suyo, el cono de luz impacto en su nuca y eclipsó parte de su figura, formó una aureola brillante, parecía la imagen de una virgen, de esas a las que, mañana, tarde y noche, les rezaba su esposa, doña Aurora, con una religiosidad infinita.

– Buenas noches, sargento. – Pronunció la voz desagradable.

Después de unos segundos se acondicionó en la penumbra entre luces y alcanzó a entreverle la cara. Una mujer obesa de atuendo blanco y mangas cortas, con labios exageradamente pintados de rojo, y hermosos ojos celestes, blindados por unos cristales de marcos dorados, que combinaban, rutilantes, con las alhajas y aros que adornaban, inútilmente, sus gruesas muñecas y manos, al igual que sus orejas, simuladas por una madeja de cortos cabellos negros, que cubrían apenas su nuca y meneaban un sinuoso flequillo recostado, descubriendo así, una frente colmada de numerosas pequitas castañas.

El hombre un tanto desilusionado, recordó nostálgico, a las esbeltas y excitantes enfermeras de las películas pornográficas norteamericanas, o tal vez europeas, que tanto veía, aun cuando deambulaba en pantalones cortos.

– Qué le pasa sargentito – Dijo la mujer con tono punzante. – No me quiere contestar, ya le comieron la lengua los ratones, o todavía sigue enfermito y no pude hablar.

Hablabas sin mirarlo, acaso por desinterés, tal vez por cobardía o quizás simplemente para que no recordara tu cara, tus facciones, tu apariencia. Sabias que ahora, cualquier trabajito, por malito que sea te ayudaría con un plato de frijoles en la mesa. Menos mal que la tía Adelina te prestó las joyitas, sino quizás ni te hubiera recibido en la puerta, ya sabias que al general le importaba mucho la buena presencia y odiaba la dejadez, tenía un carácter de los mil diablos, ya te lo había dicho la tía Adelina, ella siempre tan enterada de todo, menos mal que seguía de querida de ese comandante mañoso, por eso se hizo más fácil el asunto.

La mujer yacía de espaldas hacia el hombre y manoseaba sigilosamente y sin prisa jeringas y pequeños inyectables que pulsó con la yema de los dedos. El sargento veía sus carnes flácidas colgar de sus brazos y encogerse en sus codos, su gigantesco trasero enfundado en esos pantalones enormes.

– Es hora de su medicina, sargentito precioso. - Anunció su voz chillona, con una risita estampada en el rostro que infló aun más sus mejillas sonrosadas, formándole unos pequeños hoyuelos.

Jurabas ir a misa el domingo y confesárselo al padre Santiago, pero no todo, no te convendría, los curitas no son buenos confidentes, no se guardan todo, sólo lo que les conviene. ¿Contarle lo del sargentito? Ni hablar. Ya me lo había dicho el general y repetido todavía por si acaso era medio bruta. – No me conoces, nunca me has visto. Hasta me amenazó, por si hacia algo mal. Con los dedos entrecruzados cubriéndole el rostro en ese cuartito tan tenebroso, estrecho y asfixiante ¿Me mandaría matar? Mejor voy a misa el domingo pero no me confieso y comulgo con las viejas beatas, total, esas andan peor que yo.

La mujer se volvió hacia él y exhibió el relucir de sus uñas rojizas, mientras sus ojos celestes apuntaban a uno de los chorritos violentos que salpica una de las jeringas. El hombre empezó a retorcerse y reproducir gemidos que agonizaban en la habitación y atravesaban mutilados los pasillos oscuros de pisos y paredes de mayólica encuadrada. Su cuerpo comenzaba a temblar instintivamente, sus ojos implorantes se abrieron hasta enrojecer y dilatar sus pupilas extraviadas y su cuerpo raquítico daba pequeños rebotes en la camilla hasta hacer rechinar las débiles láminas. Empezaba a lamentarse, y a estirar el cuello, formándosele unos pequeños cartílagos oscuros, su boca se retorcía hasta darle un aspecto cadavérico y su respiración era cada vez más agitada. El tatuaje verdoso grabado en su pecho, en forma de mujer, aumentaba y reducía su tamaño.

– Ay sargentito, no sea quejón. - Le regañó ella, mientras ladeaba su cuerpo y descubría su nalga enjuta.

La mujer miró su espalda lívida, llena de llagas cruzadas y hendiduras reproducidas por las sábanas fruncidas donde reposaba el hombre. Sintió culpa: Desde cuándo que estaría aquí, cuánto tiempo más se quedaría, discúlpeme sargentito, yo sólo cumplo con mi trabajo, pensó.

Con esta platita pago mis cuentas y me compro un vestidito largo, uno que vi en el catálogo de una revista donde aparecía pura chica guapa. Y a ver si salgo con el Edilberto, al menos creo que con esto puedo vivir tranquila hasta morirme, mejor no, con ése no hay futuro, ya ves lo que le paso a la Delfina por meterse con un bueno para nada, terminó llena de hijos y manteniendo a un borracho mujeriego. Ay virgencita del Carmen, por eso te rezo día y noche, para que me mandes a uno bueno, que no me engañe, y si lo hace, no darme cuenta, ya, ya viejito no se me queje mucho.

Lo pinchó al fin y filtró el líquido espeso lentamente. El hombre sintió estirar sus miembros y entumecer los dedos de las manos, mientras recorría el fluido viscoso y consumaba su curso torturante, martirizador, entretanto sus quejidos se apagaban en una boca entreabierta.

Recuerde usted, que aquí, ya no puede dar más ordenes, sargentito. – Le sugirió ella, despidiéndose y adoptando una postura benevolente.

La mujer se acercó a él, miró por unos segundos su rostro que yacía inexpresivo, le signó la señal de la cruz y le dio un beso en la frente.

Mientras se retira, a través del biombo de la habitación, el sargento ve con el rabillo del ojo pasar dibujada y desproporcionada, la silueta ensombrecida de la mujer rolliza, Ésta desconecta la luz, se pierde en la oscuridad y sus pasos se apagan al fondo del pasillo.

2 de septiembre de 2009

c’est la même chose



Te amo, porque no existiría otro sentimiento que pueda convivir entre nosotros, porque el día en que

llegaste a mi vida supe que te amaría por siempre, porque soy otro cuando esto

y a tu lado, porque decirte amiga sería como pasar por la misma vereda y no mirarnos las caras y porque cuando me miras con tus ojos traviesos eres niña, mujer

y amante.

Te amo, porque siem

pre quieres tener la razón en todo, porque conoces como llegar a todos lados pero terminas tomando un taxi, por tus incomprensibles suspiros asfixiantes, por tus estrafalarios gustos musicales, porque te ríes de mis chistes sin chiste y porque me pones en mi lugar con una mirada fría y una voz grave.

Te amo cuando me pides que pare y tus gestos dicen otra cosa, cuando eres inmadura pero con voz madura, cuando me pides masajes sólo en la espalda, (pero olvidaste que pagaste el paquete completo), cuando me pides que te mande un mensaje de texto después de media noche y sabes que no tengo saldo y cuando me transmites esa risa contagiosa, cuando lloras y te acuestas en mi pecho.

Te amo cuando juntas tu cuerpo al mío y me miras con una sonrisa coqueta, cuando me dices que soy un eléctrico pero tú mi corto circuito, cuando imaginas una casa enorme llena de piletas, piscinas y jardines pero nos falta dinero para ir al teatro, cuando hablas de lo que no sabes y te escucho para imaginármelo, cuando me dices ven a las cuatro y sabes que quiero ir a las tres.

Te amo cuando tu voz se transforma y me vuelvo un adicto a ella, cuando me dices que soy más guapo que ese actor de televisión y sé que es la mentira más hermosa del mundo, cuando haces un infinito preámbulo para darme una mala noticia, cuando me dices vete y no quieres que me vaya.

Te amo cuando me hablas bien en francés y me hablas mal en español, cuando hago cosas como esta, que sé que más adelante irán a parar a manos de alguna amiga tuya, cuando me lamento de haberte hecho caso por el corte de cabello que me hice, cuando te beso y me muerdes suavemente los labios, cuando eres toda una profesional de los masajes, cuando bebes y luego te arrepientes de lo que me has dicho al oído, cuando me despiertas con un beso y cuando sueño después de hablar contigo en la noche.

Te amo cuando me hablas bien en francés y no comprendo nada, con esa versatilidad envidiable y no comprendo nada, pero prefiero seguir mirándote, sin comprender, amándote y besándote, total: c’est la même chose.

24 de mayo de 2009

La Malquerida







Javier es un tipo que acaba de terminar una relación, o la relación acaba de terminar con el. La universidad y el trabajo de asistente contable que lleva en una fábrica de globos literalmente lo vuelven loco, le quitan tiempo, lo absorben, no puede lograr escribir, que es lo que realmente le apasiona, se siente frustrado, reprimido, pero sabe que nunca viviría de sus escritos y que el distintivo perpetuo de asistente lo a marcado de por vida.
Le es irónico y a la vez atormentante trabajar en una fábrica de globos, a sabiendas que desde muy pequeño les tuvo pavor a sus estallidos desmedidos, a sus tamaños colosales, a sus vaivenes indomables y a sus ínfulas kamikazes. Javier piensa que los globos son un peligro constante e inminente, que a causa de ello su vida se hará más corta e infeliz, que debería renunciar a ese empleo, que debería renunciar a los globos, que debería renunciar a ser asistente.

El es un hombre joven y apuesto, de cabellos ensortijados, de contextura delgada, de mirada provocadora, de personalidad afectada, de fama de mujeriego.
Javier tiene un amigo. Camilo. Un tipo soñador y sensiblero, todo lo soñador y sensiblero que Javier no pudo ser, o que talvez lo sea, y lo esconda bajo su acorazado rostro. Camilo es atento y educado, de mirada tierna e inocente, noble y encantador, de cejas pronunciadas, cabello atrincherado y contextura voluminosa.
Camilo esta enamorado ciegamente de la Malquerida, una joven hermosa, de grandes ojos delineados, de piel blanca, de mejillas encendidas, de lisos cabellos castaños, de risa fácil, de curvas ampulosas, de naturaleza ingobernable, de traviesa coquetería, de caprichos infinitos.
- ¿Tú crees que algún día me haga caso? Le pregunta intranquilo y embobado Camilo a Javier, cuando la Malquerida pasa esquiva frente a ellos, robando miradas ajenas, iluminada de fina estampa, hipnotizando al más distraído. Sabes, desde que la conocí me encantó. Añade Camilo. Han sido muchos mis intentos por enamorarla, siempre le pedí una oportunidad, nunca me la quiso dar, quise invitarla a salir y robarle un beso.
Javier lo escucha con poco interés, ya ha oído esa historia antes, conoce el desafortunado desenlace, le basta con conocer a Camilo.

Javier lleva una clase de matemáticas con la Malquerida, ambos detestan las matemáticas, así que deciden no prestar atención a la clase, ella se sienta a su lado y le regala una sonrisa, Javier se muestra cortés y educado y conversan, se conocen un poco, Javier hace bromas tontas (porque son las únicas que sabe hacer) y la Malquerida ríe. El maestro, un tipo adusto e inflexible de marcado acento oriental, advierte que ella y Javier no tienen un mínimo interés en lo que, por cierto, con mucho esmero y dedicación está explicando, así que no ve otro remedio que echarlos del salón.

Javier se pone de pie y sale sin oponerse, ya está acostumbrado a que lo echen del salón, de ese salón especialmente, ella va detrás de él, a paso lento y desafiante, mira al maestro con un odio refrenado, directo a los ojos, luego vuelve la mirada displicente hacia los demás, y sale del salón atropelladamente. Ya afuera, mientras enciende un cigarrillo, dice exaltada y agitando los brazos:


- No sé, como quiere ese huevon que apruebe su puto curso si siempre termina echándome de la clase. Ella sumerge sus dedos dentro de sus cabellos castaños, como un oleaje sinuoso. ¿fumas? Le pregunta, extendiendo su brazo, ofreciéndole una cajetilla entornada.


- No gracias. Responde Javier.


- ¿Y qué piensas hacer ahora? Pregunta ella, mientras, expulsa suavemente, sobre el rostro de él, el humo que con tanta finura y elegancia destierran sus labios.


- No sé. Responde él, cabizbajo y desanimado. Este era mi último curso, creo que me iré a casa.


- ¿A casa? Replica sarcásticamente con una risotada la Malquerida. No pues, mi estimado. Vamos. Te invito unas cervezas, me has caído bien. Le dice mientras palmotea su espalda. Ambos se miran con cierta complicidad, se ríen de lo infelices que son, de lo divertida que a veces es la vida de los infelices.

Ya en la noche limeña, el tablero del bar iluminado soporta jarras inundadas de cerveza y negruzcos ceniceros atestados. Los infelices se narran historias aciagas, historias que no suelen contar. Ella le dice que extraña la Argentina, que allá paso dos años, que allá era feliz, que nunca será más feliz en un lugar que no sea la Argentina, que allá encontró amores y dejó a otros, que allá tendrá a su primer hijo cuando ella así lo quiera. Javier le pregunta por qué dejo la Argentina. Ella le contesta que fue por el trabajo de su padre, que el viaja mucho, que prácticamente la ha abandonado por sus eternos viajes. Entonces con quien vives. Pregunta Javier. Con mi abuela. Responde ella. Y tu mamá. Curiosea él. Mi mamá nos abandono cuando me tuvo, no le importó nada, no le importé. Se hizo un silencio, mientras ella bebía de un sorbo la cerveza que quedaba aun en su vaso. Javier trata de cambiar de tema. Y a propósito, a todo esto, cuál es tu nombre. El ríe y piensa que es un idiota, que ha estado bebiendo y oyendo historias infelices -y no por ello menos cautivadoras- hace dos horas de una chica de la cual aun desconoce el nombre. Ella ríe, se disculpa, me llamo Sandra. Es un bonito nombre. Dice él. Ella contesta: Es el nombre de una ex novia de mi padre. Me lo puso en venganza cuando mi madre se fue. Pues eso soy, una venganza. Por eso nadie me quiere, para nadie soy importante. Añade ella sumida en tristeza y desconsuelo.


A la Malquerida los tragos de la noche limeña la han embriagado y han desvanecido su naturaleza ingobernable de niña mala, han desnudado sus anhelos, sus miedos, sus rencores, su mirada alunada la a delatado, el carmín de sus ojos delineados se ha deshecho y han hecho rodar una lagrima negra sobre su mejilla encendida.


- Camilo te quiere y lo sabes. Alude Javier. Mientras coge el rostro de ella y este se posa sobre su mano.


- Camilo está obsesionado conmigo. Responde ella algo irritada. El busca amores, sinceros, moderados, castos, honestos y puros, que yo no puedo darle. El es un buen chico y lo quiero por eso, pero yo busco otras cosas en los hombres, que él no podría darme.


Ella mira a Javier a los ojos, con una mirada tierna y a la vez afilada, como si en lo que dijo, hubiese un mensaje encubierto para él. Javier percibe el aviso, lo entiende perfectamente. Él sabe que es muy débil a los encantos femeninos de La Malquerida, a su atractivo lunar en el rostro, a su mirada desafiante, a sus curvas exageradas, a su delicioso perfume.
Javier pierde la mirada, la esconde, se intranquiliza, piensa que no puede hacerle eso a Camilo.


- No lo hagas, si no quieres. Le dice ella con voz amable.


- No es eso. Responde aprisa Javier. Camilo es mi amigo, el está enamorado de ti, no puedo hacerle esto.


- El estará enamorado de mi, pero yo no de él. Responde ella, mientras mueve la cabeza con una sonrisa irónica. Mi departamento está a pocas cuadras de aquí, es mejor que pases la noche allí, tu casa queda muy lejos y puede que sea un poco peligroso que te vayas ahora.


- ¿Y tu abuela? Pregunta él. ¿A ella no le importaría que pase la noche allí? La Malquerida ríe mirando hacia lo alto. Y cuando desiste responde:


- Ella ni siquiera se va a enterar que estas allí, ya verás mi estimado, confía en mí.

En las desiertas calles miraflorinas dos desconocidos deambulan a pasos zigzagueantes, la noche fría se entrevera con la brisa turbia, las hojas secas del otoño cubren las veredas, las incesantes carcajadas los hacen trastabillar entre ellos y los cigarrillos disimulan la insensibilidad de la noche.
Llegan juntos al edificio, ella, mientras trata de introducir la llave al cerrojo del portón con poco éxito, le pide a Javier que no mire al guardia cuando entren, que es un chismoso, un entrometido. Javier obedece. Van por el ascensor y llegan al quinto piso del lujoso edificio. Espera aquí y no hagas ruido. Le dice ella, mientras abre su puerta con mucho cuidado, tratando de evitar el rechine de la cerradura. Ella entra con las luces apagadas, tarda unos minutos. Javier la espera afuera, en el ascensor que da directo a su puerta, frotándose las frías manos. Ella sale, asoma la cabeza estirando el cuello, mira a ambos lados y le hace un ademán con las manos, él se acerca, ella le pide en voz baja que pase y vaya directo a la habitación que le está señalando, el camina por la sala confundido, ella va detrás, ambos se acercan sigilosamente, tratando de no hacer crujir el piso de parquet con sus pasos confusos e ingresan a la habitación sombría, la Malquerida cierra la puerta con la misma precisión y sólo el guardia conoce de la llegada del nuevo visitante.

En su habitación hay una enorme ventana, que les concede y deleita de vistas panorámicas, cortinas color crema, que en la oscuridad se asemejan al velo de una viuda, una mesita donde se posan retratos, quizás de algún amor pasajero y una cama desatendida cubierta de vestidos y trusas a rayas que quizás hoy no usaría.
Ellos se sientan en la cama, la Malquerida cruza las piernas y enciende otro cigarrillo, no hacen ruido, sólo susurran de muy cerca. Javier le pregunta un tanto nervioso, como hará para salir de su departamento, sin que su abuela se dé cuenta, ella le responde imperturbable, que colocará el despertador a las cinco y treinta de la madrugada, cuando todos aun duerman, el se marchará.

El se quita el saco, se siente más cómodo, pero no logra ver el retrato del tipo que posa sobre su mesa. Quien es el. Pregunta Javier. Ella vuelve la mirada con desinterés hacia el retrato, y con el mismo desinterés responde en voz baja. Mi ex novio, El Español. Y si es tu ex novio, por qué aun tienes un retrato de él en tu mesa. Curiosea Javier. Ella sujeta el retrato, lo mira con la cabeza gacha, muestra una media sonrisa sumisa, y responde: Porque es muy guapo, no lo ves. Y él, donde está ahora. Pregunta Javier. Ella arroja el retrato en medio de los vestidos y trusas entreverados que posan sobre la cama, y responde: En un centro de rehabilitación, supongo. Se volvió adicto a la cocaína, hubo un tiempo en que lo había tragado la tierra, nadie sabía de él. Algunos decían que lo habían visto salir de un hotel, su familia estaba desesperada. Cuando lo encontraron estaba en un rincón del cuarto, como escondiéndose de alguien, temblando, maloliente y la mesa, adornada de varias rayas blancas.
Y que paso. Susurra Javier. El Español estuvo hospitalizado, al poco tiempo se recuperó, sus padres tienen mucho dinero, pero volvió a caer en el vicio, su madre no soportaba verlo así. Un martes, cuando volvió de noche a casa, su madre le preparó una manzanilla o quizá un té, había sumergido en él una fuerte píldora para dormir. Al rato llegaron los paramédicos, el no despertó, hasta el día de hoy no ha despertado, El Español, vieja de mierda carajo. Contesta indignada.

La Malquerida le cuenta de sus amores pasados, de sus historias de alcoba, de sus besos apasionados, de sus orgasmos más detonantes, de sus amantes más avezados, de sus deseos más impuros. Javier siente una erección, sabe que no hay nada más excitante que una mujer susurrando, con un cigarrillo entre labios, sus deseos más viciados en la noche, cuando el aliento del murmullo se torna más seductor que el predominio insensato de la voz. No sabes cómo me encantaría hacerlo contigo. Confiesa Javier un tanto agitado. Eso depende de cómo beses. Contesta provocadora y desafiante La Malquerida.




Javier se abalanza contra ella, la besa desenfrenadamente, caen en la cama, se frotan los cuerpos, sus lenguas juguetean, sus manos se desorientan, se extravían. Él acaricia delicadamente sus senos, sus nalgas, besa su cuello, dispersa su aliento en el. Ella muerde sus apetitosos labios, desabrocha sus pantalones. El relame sus pechos, su cintura. Se desvisten y se entregan al placer, a los gemidos, a sus cuerpos sudorosos y agotados, a la noche. Ella tensa y estira su cuerpo, su cuello, mira hacia lo alto, le susurra frases obscenas al oído, que después no recordó haber dicho, coge su mano, la coloca en su pecho. Él la toma fuertemente y ella da un último suspiro.

Ella se levanta consumida, sin hacer ruido, él mira su cuerpo desnudo tendido desde la cama, sus caderas exageradas, su figura estilizada, ella se coloca un camisón, Javier observa, como este se derrumba, suplicando perdón entre la penumbra, poco a poco sobre sus pechos, cubre su espalda, sus nalgas, su belleza.
La enorme ventana se ha empeñado de lujuria, ellos frotan sus manos en ella, curiosean los ventanales vecinos, se ríen discretamente de las cosas graciosas, se acuestan exhaustos con las piernas entrelazadas, se miran a los ojos, ríen de su demencia, se conciben las conversaciones de madrugada, esas donde las mentiras no existen, ella yace sobre su pecho, parecen estar enamorados, pero no lo están.

Suena su celular. Es un mensaje de Camilo, un mensaje romántico, cursi, esperanzado. Ella se lo muestra a Javier, el lo lee, lo arroja entre las sábanas, la besa y lo hacen de nuevo.
Debes estar pensando que soy una puta. Le dice ella, con el rostro compungido, escondido bajo sus embrollados cabellos. No, no digas eso, nunca pensaría eso de ti. Contesta él. Javier le dice que escribirá de ella algún día, de esta noche loca, de amantes furtivos, de destinos inciertos e incomprensibles. Javier le pregunta, mientras juega con su cabello castaño, apoyados en la cama, que nombre quiere que le conceda o dedique cuando escriba de ella. La Malquerida lo piensa un momento. Concédeme el nombre que quieras. Responde ella. Pero menos el de Casandra, ese es nombre de puta.

Ambos se dan cuenta que programar el despertador no sirvió de nada, que no han dormido en toda la madrugada. El reloj apunta las cinco y treinta, La Malquerida abre la puerta de su habitación con determinación y cuidado, estira el cuello, Javier sale detrás de ella, el parquet cruje, sus pasos los traicionan. Javier logra salir del departamento, pero no despedirse de La Malquerida, un segundo perdido sería fatal. Baja por las escalinatas, no debe perder tiempo, el ascensor tardaría en iniciar su funcionamiento. El guardia del edificio observa impasible, sentado desde la banqueta de su cabina, cuando él se marcha, Javier vuelve a sentir el frío y la brisa de la noche desamparada.

Desde aquella noche, ellos se aventuran a un ilusorio idilio clandestino, crean arriesgados encuentros furtivos, se regalan besos culpables, conciben conversaciones de madrugada. Camilo le pregunta angustiado a Javier si La Malquerida le ha hablado de él. Javier le dice que sí, que tenga paciencia, que ya casi está logrando que ella le dé una oportunidad. Camilo le agradece, le dice que el sí es un verdadero amigo.
La mañana del lunes el teléfono de Javier no ha parado de sonar, él se despierta cansado, maldiciendo a medio mundo. Es La Malquerida, la siente llorosa. Javier le pregunta que le sucede. Ella le dice que está embarazada, que no sabe qué hacer. Javier queda desconcertado, pero trata de mantener la calma. Él le pregunta si está segura de eso. Ella le dice que sí, que se acaba de hacer los exámenes, que no le dijo nada, para no preocuparlo. Él le pregunta balbuceando qué piensa hacer. Ella le pide que vayan a la Argentina que allá siempre quiso tener a su hijo. Javier le dice que está loca, que él no piensa ir a la Argentina, que él nunca pensó tener un hijo con ella. La Malquerida le dice que es un cobarde, que no vale nada. Ella llora de rabia, lo último que alcanza a escuchar Javier es cuando La Malquerida le grita que se olvide de ella y que nunca pregunte por el niño.

Meses después Javier recibe una llamada. Es Camilo. Lo saluda entusiasmado. Javier, amigo mío, es a ti al primero que le tengo que dar la noticia. Javier ríe por el entusiasmo de Camilo. Que pasó, Camilo, que buenas nuevas me tienes. Le pregunta Javier. Voy a ser papá, puedes creerlo. Grita Camilo. Pero hombre, déjame felicitarte y quien es la afortunada. Pregunta Javier. Sandra, hermanito. Me ayudaste mucho, por fin pudo abrir los ojos y darse cuenta que me moría por ella, estoy en deuda contigo. Y por eso mi hijo se llamará Javier, como tú. (Él ríe). Ah me olvidaba, estoy en la Argentina, a Sandrita se le ocurrió dar a luz aquí, me dice que le encanta la Argentina, que nunca será más feliz en un lugar que no sea la Argentina. Ella y yo queremos que vengas, te pagaremos los pasajes del vuelo, en Ejecutiva; claro está (él ríe), Javier le dice que no se hubiesen molestado, que no era necesario, que no le pongan su nombre al niño. Camilo ríe otra vez. Pero que cosas dices Javier, es una muestra de agradecimiento por todo lo que hiciste por mí, así que Sandrita, el pequeño Javier, ni yo aceptaremos un no por respuesta. Te esperamos Javier. Chao, chao.
Camilo cuelga el teléfono, desde algún lugar de la Argentina, Javier sabe que no debería de ir, pero también sabe que Camilo lo espera con ansias, que los pasajes ya están pagados, y que debería terminar lo que algún día él mismo inicio.

Días después, Javier toma el vuelo, que fue en ejecutiva, tal y como lo dijo Camilo, llega a la Argentina, se hospeda en un hotel, lleva poco equipaje, toma un taxi y va a la clínica donde está internada La Malquerida, antes de llegar Javier le pide al taxista que se detenga una cuadra antes. Baja del auto y se aproxima a la clínica a un paso lento, trayendo a la memoria vagos recuerdos, pensando en La Malquerida, en Camilo, en el pequeño Javier y en lo canalla que fue.
Javier advierte que otro taxi se detiene en la puerta de la clínica, de él baja Camilo, con dos tipos y una señora que quizá sea su madre. Javier observa que llevan muchos regalos para el pequeño Javier. Camilo vuelve hacia el taxi, donde al parecer olvido algo, y extrae un ramo exorbitante de inmensos globos de colores.
Javier se detiene, no permite que lo vean, toma un taxi y va de regreso al hotel donde está hospedado. En el camino piensa: Que nunca será más infeliz, en un lugar que no sea la Argentina.







23 de abril de 2009

Anabel






Ella es una mujer atrayente, hermosa sin dudas, de piel blanca, ojos color miel, mirada ausente, cabello castaño, figura estilizada, labios rosados, de voz áspera y esquiva.
Se llama Anabel y prefiero no aludir su segundo nombre, ya que seria su primer defecto. Tiene veinte años, como yo, aunque ella es algo mayor por unos cuantos meses y eso la enaltece y al mismo tiempo la angustia. Me encanta su imprudencia y su osadía, le divierte infringir las reglas, pero más aun si es conmigo, yo trato de no hacerlo, trato de ser un hombre cortés y educado, pero me he dado cuenta que soy vulnerable a ella y termino siempre complaciéndola.

Le encanta decirme niño, y a mi me encanta que me lo diga, le fascina hacerme bromas maliciosas, encuentra en ellas una convivencia entretenida. Anabel y yo estudiamos (o eso aparentamos) en la misma universidad.

Tomando un café, en nuestro tiempo libre, me cuenta que alguna vez fue una mujer adinerada, odia hablar de eso, pero yo le he inspirado cierta confianza, que por fatalidades e imprevistos la empresa de su padre se fue a la quiebra. – Fue horrible. Me dice ella, mientras baja la cabeza resignada. – Perdimos propiedades, la casa en la playa, los autos, mis padres siempre discutían, estuvieron a punto de separarse, fue horrible (ella siempre termina todo lo referente a la empresa de su padre con esa frase). – Y por eso aquí me tienes. Me dice mientras me regala una sonrisa tímida y se acomoda su liso flequillo.
Es ahí donde llego a la irónica conclusión que ella está aquí porque la empresa de su padre quebró, y yo, porque a mi padre le dieron un ostentoso ascenso en el empleo.

Ella siempre llega a la universidad en un auto del año de lunas polarizadas, su padre siempre la trae y la recoge, parece siempre llevar prisa, se despiden con un beso entrañable.
Yo siempre llego a la misma universidad en un vertiginoso y desenfrenado bus (y cuando digo desenfrenado, es porque aun dudo que tenga frenos), al cual me deberían pagar por subir, tengo que lidiar con los acalorados pasajeros, soportar a uno que otro afónico cantante improvisado, que a cambio de un recital te ofrece caramelos de colores, resistir las deprimentes bromas de un comediante frustrado que con el mayor de los descaros no vacila en burlarse de los irritados viajeros y, que al final de su transportable show les pide una colaboración por burlarse de ellos.

A Anabel le encanta escuchar el heavy metal en su iPod nano, siempre agita su cabeza como si la banda estuviese dentro de ella y genera una cierta atmosfera misteriosa.
Me muestra las fotos de tipos desmelenados de atuendo oscuro, siempre me repite los nombres de esas bandas (todas en ingles), que soy incapaz de memorizar, talvez porque dicen improperios que no entiendo, o simplemente porque no me interesan.
A Anabel le encanta escuchar también el reggaeton, a esos tipos de aspecto bellaco y castigador, que se soban la entrepierna algo encorvados y acomodan, en sus cabezas rapadas, una gorra de béisbol, y que a diferencia de los del heavy metal (que también le gustan), dicen sus improperios y obscenidades en un tono “activao” (porque no pueden decir activado) y con un estilo boricua.
También le agradan las tonadas románticas de Juan Luis Guerra y es ahí donde sospecho que detrás de esa niña orgullosa y distante se esconde una mujer llena de emociones furtivas, tierna y suave, sensible y reservada, bella y herida.
Yo odio el heavy metal, odio el reggaetón y odio a Juan Luis Guerra, me generan cierta desconfianza, pero tratándose de Anabel, estoy dispuesto a soportar los alaridos de unos desmelenados, los improperios de un tipo de camiseta holgada y a filosofar o discurrir con unos peces en una pecera. Todo sea por Anabel, todo sea por descubrirla, todo sea por ella.

Ella tiene un novio. Martín. Poco agraciado y controlador, no le gusta hablar de él, no le gusta hablar de él conmigo, se limita a decirme que están bien y a contestar de mala gana el celular cuando él la llama para preguntarle donde está, con quien está y que hace ahí.
Ella tiene un novio y yo tengo muchas novias, el detalle está en que ellas aun no saben que son mis novias y creo que es mejor que no lo sepan, creo que es mejor así.

Salimos de la universidad a caminar sin rumbo alguno, llegamos a un parque donde encontramos sosiego, nos sentamos en unas bancas de madera, contemplamos la mañana, nos descubrimos, reímos, jugamos, todo es perfecto, todo es perfecto con Anabel. Se recoge el cabello delicadamente, descubre su cuello, es hermosa, tan hermosa que no puedo dejar de contemplarla, es un momento de pocos que nunca olvidaré.
En el gras hay un pequeño regadío que nos rocía a penas con sus aguas salpicantes sentados en la banca, Anabel como siempre ocurrente y divertida me pide que crucemos corriendo el regadío, que terminemos empapados, que sería divertido, yo le digo que no es buena idea, que nos soltarán a los perros guardianes, que vendrá la policía y nos llevarán presos a una comisaría por alterar la paz que se respira en ese parque. – Ya pues, niño, hay que hacerlo, no seas miedoso. Me dice desafiante mientras me palmotea el pecho y sus ojos se encienden de vehemencia y ansiedad. No, Anabel, tenemos que volver a la universidad y no vamos a llegar empapados. Le explico. – Hay niño, sólo es un ratito. Insiste.
Pero por hacer feliz a Anabel hago cualquier cosa, ella y yo somos dos niños y no me importan los perros guardianes ni la cárcel.
En eso suena su celular (con un sonido espantoso que ella le ha programado), es Martín. Le pregunta dónde está, ella le dice que está caminando hacia la universidad, pero no le dice con quien, él le dice que quiere verla, ella responde que en cinco minutos estará allá y en un santiamén se cancela todo: la hazaña acuosa, los perros guardianes, la policía y la cárcel.

Anabel me pide algunas fotos donde aparezca atractivo, le explico que eso es poco probable, que generalmente cuando alguien me retrata me exhibo desproporcionado y con cara de retrasado. Ella me exige que se las de, que no le importa mi cara de retrasado, que ya esta acostumbrada a esa cara. Le pregunto para qué las quiere. Me dice que las quiere publicar en su hi5, considero eso un bonito gesto de amistad y cariño y le entrego tres fotos (seleccionadas minuciosamente) donde luzco algo guapo o menos feo.

Ella las publica, las veo y me siento feliz, más aun mi felicidad llega a su cúspide y se consolida cuando noto que hay más fotos mías que de Martín, me produce una cierta sensación de triunfalismo agazapado.
A los pocos días quise acceder a su hi5, quise ver mis retratos plasmados en su preferencial sección de “amigos”, cuando ingresé no encontré ni una sola foto mía, las busqué y rebusqué, pensando en que quizás las había trasladado a otra sección no menos importante, pero nunca las encontré. Lo que sí pude encontrar con chocante demasía fueron fotos de Martín. Nunca me atreví a preguntarle a Anabel por qué quitó las fotos que con tanto esmero seleccioné para ella. Pero lo intuyo.

Ella practica karate, la felicito y le digo que está muy bien, que algún día tendrá que patear a su novio por controlarla tanto, ella no sabe si reírse y prefiere callar y hacerse la que no escucho nada.

Anabel me ha obsequiado un dibujo que ella misma ha hecho, antes de verlo me dice que me encantará, que es una excelente dibujante, toda una profesional, yo le creo, porque siempre le voy a creer a Anabel, cuando aprecio el dibujo le digo que está muy bonito (miento), ella me dice disgustada y de brazos cruzados que lo estoy viendo al revés, yo para recompensar mi ingrata falta, le prometo que pegaré su dibujo en la pasta de mi cuaderno mientras la abrazo agradecido. Ella señala que para eso me lo está regalando y que más adelante me obsequiará otro. Otro que nunca llegó.

Un día le envié muchos mensajes al celular, ella respondió a todos (como siempre lo hacía), eran mensajes juguetones y traviesos, inquietos y sinceros, ingenuos y delicados.
En la noche recibo una llamada a mi celular de un número desconocido. - ¿Pierre?, ¿eres Pierre? Pregunta un tipo amablemente. Sí soy yo, ¿con quién hablo? Respondo vacilante. – Soy Martín el novio de Anabel. Se hizo un silencio de extrañeza. Si dime ¿le paso algo a Anabel? Pregunto cínicamente. – No, no, ella está bien, sólo quería pedirte que dejes de llamarla y mandarle esa clase de mensajes a su celular. Quise decirle que ambos nos enviábamos mensajes, pero no me atreví, pensé en Anabel, no quise causarle problemas.
En eso hubo una interferencia con la señal del celular y ya no pude oír más las amenazas o tal vez insultos de Martín. A los cinco minutos recibo un mensaje de texto en el que me dice: Yo también soy hombre cuñao, yo también la he hecho, si en verdad eres muy hombre que esto quede entre nosotros.

Anabel desde aquel día estuvo ausente y esquiva, me encanta su imprudencia y su osadía, le encanta infringir las reglas, pero no con su novio, poco agraciado y controlador (actualmente me dejan por tipos poco agraciados y, actualmente eso me está empezando a preocupar). Le prometí que algún día escribiría de ella (como últimamente se lo prometo a todo el mundo).
Hace pocos días le envié un mensaje de texto a Anabel (desobedeciendo a Martín, que poco o nada me interesó su reclamo), quise saber cómo estaba, como le iba. Ella contestó después de treinta minutos, desde otro celular, con un mensaje lapidario. En el decía: que ya no la llame, que ya no le escriba, que dejemos todo ahí. Yo le respondí: Si quieres dejar todo ahí, está bien, cuídate mucho, saludos a Martín. Lo envié con irrelevancia, como si no me importara (mentí).
A veces pienso si Anabel aun extraña esas tardes, divertidas como ella, como yo extraño al niño que despertó en mi.











10 de abril de 2009

El amigo y el cantante











El amigo ha recibido una llamada, le acaban de informar que el cantante ha decaído, el amigo alarmado aborda un taxi y se dirige hacia la clínica donde se encuentra el cantante. Al llegar mira desesperado a todos lados, pasa por un corredor y al final de éste encuentra sentada y trémula a la desconsolada madre del cantante, que, entre lagrimas al ver al amigo no duda en envolverlo con sus frágiles y tenues brazos y deshacerse en llanto nombrando con voz quebradiza, junto al pecho de éste, a su único hijo, en busca de un afligido consuelo.
El amigo la toma fuertemente, trata de consolar lo inconsolable, besa su cabeza nevada y le pregunta dónde está el cantante, la madre con el rostro ajado y cubierto, donde sólo se le pueden ver sus resquebrajados ojos, señala con una mano temblorosa, mientras reprime el llanto, la habitación donde se concentra su infinita pena.

El amigo se desata de la madre del cantante, ingresa a la habitación iluminada, ve una blanca camilla y en ella al cantante postrado entre sabanas, el amigo lo encuentra adormecido, boquiabierto, entumecido, frío, aterido, su piel cobriza ahora es amarillenta, su rostro retorcido y su mirada desvanecida, el amigo se acerca a el y menciona su nombre mientras lo estremece alelado, pero el cantante no responde y el amigo se echa a llorar.

Interviene un sujeto de blanco –el que se dice llamar doctor-, le pide al amigo que salga de la habitación, que procederán a operar, el amigo le pregunta, con el rostro desencajado, que tiene el cantante, el doctor le contesta en un idioma poco cristiano, el amigo obviamente no entiende nada, pero sale de la habitación como si entendiera. El amigo ha notado que han llegado parientes que confortan a la madre del cantante y éste por su alienada escuela antisocial decide salir esquivo hacia el patio de la clínica.

La noche no es ajena y ha bañado al amigo con una impetuosa lluvia que disimula sus lágrimas. El amigo se siente inútil al no poder hacer nada, sus piernas y manos le tiemblan y la angustia lo consume. El amigo ha pasado toda la madrugada en la clínica, refugiándose en una tersa cobija que cubre a penas su pecho y el sueño lo conduce a aislarse del tiempo.

A la mañana siguiente, cuando el alba asoma, el sueño del amigo es interrumpido, ve que hay mucho movimiento y escucha murmullos, ¿será que habrá alguna noticia del cantante? –éste se pregunta- y la respuesta llega con arrebato ante sus ojos, cuando ve al cantante retornando a su habitación en una camilla -escoltado por una sarta de doctores- en el mismo estado, con la cabeza totalmente rapada y un descollante corte a un lado de ésta, el amigo se pone de pie, se queda aterrado y perplejo, mira apenado a la madre del cantante, un pariente de ella se acerca y le pide cortésmente al amigo que mejor vaya a su casa, que descanse, que se cambie de ropa, que regrese más tarde. El amigo no obedece, tiene miedo de irse, tiene miedo de perder al cantante, el deudo lo convence y el amigo se marcha.

Más tarde, ese mismo día, el amigo recibe otra llamada, le acaban de informar que el cantante ha despertado, el amigo llega a la clínica, ingresa a la habitación iluminada, ve la blanca camilla, en ella al cantante postrado entre sabanas y su madre sentada a su lado, el cantante percata la llegada del amigo, lo mira y sonríe, el amigo contempla al cantante, lo mira y sonríe, la madre del cantante entusiasmada anuncia en tono pueril: - Mira quien ha venido a visitarte, hijito, ¡tu amigo!, ayer se ha quedado contigo, toda la noche esperándote, mijo.

El amigo se acerca paso a paso y toma fuertemente las manos del cantante, ambos no han parado de sonreír. El amigo le pregunta: -¿Cómo está?, ¿Cómo se siente?, el cantante sigue sonriendo pero no contesta, el amigo insiste con la tonta pregunta, pero es inútil, el cantante sigue sonriendo entre labios temblorosos que se alargan poco a poco, mientras le rueda una frágil lágrima de lado.
El amigo nota que la madre del cantante se levanta de su silla y sale atropelladamente de la habitación, el cantante a perdido la voz y en ella su canto y su poesía.

El amigo disimula su desconcierto, le dice que todo saldrá bien, que esto es sólo temporal, que pronto estará bien, que pronto estará en casa.
El amigo le promete que vendrá todos los días a verlo, el cantante asiente con un plácido gesto.
El amigo odia las clínicas y los hospitales, tanto como a las hipócritas viejas beatas que acompañan a la madre del cantante –el también las odia secretamente-, pero pese a ello, no ha dejado un solo día de ver al cantante.

Al llegar a la estancia, el amigo se ha percatado que el rollizo paciente de al lado se ha apoderado del televisor de la habitación, y cree que eso es un acto de total injusticia, pues cuando este se aburre apaga la TV y se echa a dormir de costado, con el control remoto apresado entre sus gruesas manos y la punta de su nariz, liberando un estallido de insoportables ronquidos. El amigo en complicidad con el cantante han maquinado una serie de estrategias, para arrebatarle el control remoto al voluminoso hombre, pero todas han resultado un fracaso. El amigo detesta la dictadura que se respira en esa habitación, al igual que al gordinflón y los ridículos programas del mediodía que frecuentemente ve, el amigo sólo desea dos cosas. Una de ellas es: Que al gordinflón, le den de alta, y la otra, no necesariamente compasiva y, mucho menos humanitaria, es que, el gordinflón se muera de una buena vez.

Al ver que el gordo no ha mostrado indicio alguno de muerte, el amigo le ha llevado al cantante un televisor, un DVD y algunas de sus películas favoritas, el cantante lo recibe encantado, mientras le aplican algunas inyecciones, y a su madre le entregan una nueva interminable receta de medicamentos. Al día siguiente, como de costumbre, el amigo llega a la clínica, ingresa a la habitación iluminada, pero el gordo ya no está, sólo encuentra su control remoto, el amigo con un cierto sentimiento de culpa no sabe si sentirse bien o mal.

El amigo desviste al cantante y le cambia de ropa, le pone unos zapatos marrones que su madre le ha comprado, el amigo sabe que el cantante aborrece esos zapatos, pero se los pone igual.
El amigo ha llevado al cantante a dar un pequeño paseo en la silla de ruedas, el amigo puntualiza un detallado resumen de todos los chismes que son de interés del cantante, mientras éste escucha muy atento y se ríe de las cosas graciosas que el amigo profiere, ambos se transforman en un par de comadronas, como lo fueron siempre.

El amigo le cuenta un chiste, en uso de su deprimente faceta histriónica, que leyó en un grotesco librillo, el cantante ríe, carcajea, no porque el chiste sea bueno, si no por lo malo que es.
El amigo da de comer en la boca al cantante, ya que éste no lo puede hacer solo, el cantante hace un gesto de repugnancia, el amigo insiste en que coma, el cantante mueve la cabeza y las manos exteriorizando su rechazo, el amigo le dice que no lo debería desechar, que no es buena idea, que mejor se lo comerá él.

El amigo le comenta al cantante sobre las enfermeras que lo atienden, le dice que dos de ellas son muy guapas, que deberían pensar en invitarlas a salir algún día, una de ellas se acerca y trata al cantante como si fuera un bebé, un churumbel, el amigo retira lo dicho.
Su madre le pide al cantante, en tono pueril, que mencione el nombre del amigo, que lo intente, el cantante no puede, se siente abrumado. - Entonces di “si” mijo, sólo “si” – le dice su madre -, el cantante la mira, no con buen talante, su madre insiste candorosa, el cantante responde, en tono chacotero y con esfuerzo - “no”.

El amigo lleva en un “ipod” la música del cantante, el cantante escucha su voz con nostalgia, la voz que se le apago hace ya unos meses.
El amigo quiere robarle en el día a día una sonrisa al cantante, le duele no escucharlo hablar, pero le fascina oírlo reír.

El cantante no puede terminar de ver nunca las películas que le trajo el amigo, por sus inagotables visitas inopinadas, siempre se queda en la mitad de ellas, así que ha decidido - en complicidad con el amigo-, hacerse el dormido en el horario de visitas.

El amigo ha recibido una llamada, le acaban de informar que el cantante ha muerto. El amigo acude al sepelio, portando un ramo de rosas blancas, que encontró hermosas, acaricia el frio féretro y lo lleva sobre sus hombros, mientras los demás lloran abatidos, el observa sereno la muchedumbre teñida de negro. Trata de encontrar al cantante entre ellos, de quien se ha despedido todo este tiempo y no hoy. Sabe que el está ahí, entre la lluvia que curiosamente ha vuelto a caer. Yo lo he visto.
El cantante que me perdone y el amigo no soy yo.



















13 de marzo de 2009

Las paces con Dios






Son las 6:00 de la mañana del domingo, mi cuerpo se encuentra severamente adormecido, de seguro por alguna adulterada sustancia que ingerí la noche anterior alentado e inducido por una jauría de incoherentes e inadaptados incondicionales amigotes, repentinamente mi sosegado descanso es sutilmente interrumpido por un meneo delicado sobre mis hombros, cubierto de sábanas hasta la cabeza como un cadáver en la morgue, noto como éste es arrebatado impetuosamente y el delicado meneo se torna brusco y un tanto violento, mientras voy cobrando el conocimiento percibo una figura distorsionada: mi abuela ( a la que de pequeña nunca le enseñaron a tocar la puerta antes de entrar), ella muy impaciente me pide que la acompañe como todo un parroquiano dominguero a encontrarnos con Dios ( no creo que Dios hubiese estado muy de acuerdo con eso ), pero mi abuela quizás no entendería que ese afán que alguna vez tuve de mocoso ( ser un fiel monaguillo ) ya hace mucho tiempo había sido definitivamente descartado por una serie de acontecimientos netamente hormonales.

Así que como una “ovejita” que tiene que unirse al rebaño acompañé a mi bienaventurada abuela, aclarando que en los últimos diez años sólo había pisado una sacrosanta iglesia por cuatro sencillos motivos (mi prematuro bautizo, mi primera comunión, una boda suspendida y una misa de difuntos que derivaba de la boda suspendida), en el camino mi abuela me dio una breve charla y me actualizó sobre aquel hombre que murió en una cruz por nosotros, yo inocentemente discrepé con ella y le dije:

- ¡¿De que ha servido el sacrificio de aquel misericordioso hombre si hasta el día de hoy existen guerras, violencias y maltratos?!


Ella calló y nunca contestó, pero esquivó la respuesta mencionando que nos quedaríamos un momento más después de la misa para unas cuantas charlas y como no quería parecer un incrédulo ateo o mucho menos un hereje al cual se requería achicharrar en la hoguera ante la casa del señor, acepté.

Al concluir la misa, despertar a mi abuela y estar libres y absueltos de toda clase de pecados, ella me tomó de la mano y nos acercamos al ochentón cura para que nos rociara de ese líquido al que llaman bendito, el nos pidió muy amablemente que pasáramos al salón donde se dictaría la charla y como obedientes feligreses nos dirigimos hacia allá.

Cuando me senté y me iba preparando para lo que seria un extenso mitin cristiano se asomó a mi abuela una clase de novicia rebelde y le susurro algo al oído, no llegué a escuchar pero ambas voltearon a mirarme con enojo y movieron sus cabezas para hacer notar su fastidio, yo no entendía en lo absoluto, mi indignada abuela se acercó y me pidió que salgamos del salón por un momento.


- Hijo te tienes que ir – me dijo. (No era una mala noticia, pero quería averiguar el motivo de mi exclusión).

- ¿Por qué? – le pregunté.


- El cura no va a permitir que te quedes aquí – contestó.

- ¿Por qué? – insistí.


- Primero… porque tienes un pésimo aliento a alcohol y segundo porque al parecer ayer estuviste tan borracho con tus amiguitos que confundiste el portón de la iglesia con el de la taberna y la monjita Clotilde te vio – respondió. (bueno… los dos portones eran de madera, talvez ese haya sido el motivo de mi desafortunado desliz).


Así que después de haber sido sorprendido infraganti al lado de mis inadaptados amigos consumiendo “quien sabe que” a puertas de “la casa del señor” por una nocturna monjita con cualidades algo “wachimanescas” (que tranquilamente hubiese podido confundir con Batman en medio de mi ebriedad), opté por retirarme, ya que no me quedaría de otra.

Por tantos traspiés que me suelen suceder comprendo que aún tengo que hacer las paces con Dios, pero a pesar de todo, me tranquiliza el hecho de saber que cada noche de 7:30 a 9:00 en el aula 411 del cuarto piso de mi facultad, tengo una clase de economía al lado de un muchacho llamado Jesús.












2 de marzo de 2009

Mi primer empleo








Cuando somos niños las cosas son realmente sencillas, jugamos, reímos, corremos y exploramos por todos los incógnitos rincones, brincamos, ensuciamos y rompemos todo lo que por accidente caiga en nuestras manos, hacemos ruido, somos curiosos, inocentes, traviesos, disfrutamos cada minuto y cada momento de ese pedazo de vida donde perdemos la noción del tiempo y donde hacer y ganar amigos es mucho más fácil, vivimos en un mundo de colores y fantasías, donde lloramos y volvemos a reír, un espacio donde no asumimos responsabilidades, donde no debemos preocuparnos por los gastos del hogar, donde no pagamos incalculables impuestos, un universo donde si deseas algo sólo tienes que pedirlo, porque siempre ellos estarán ahí, brindándonos hasta lo imposible, tomándonos en sus brazos después de una aparatosa caída, secándonos una lagrima, alentándonos y animándonos a levantarnos y seguir adelante, dándonos su amor, su inexperiencia, su comprensión, su bondad.
Hasta que por cuestiones periódicas aparece esta otra etapa de la vida donde todo lo dicho hace un momento sufre de imprevistos cambios, ciertas alteraciones o sencillamente se distorsiona por completo.

(…)

Después de haber estado todo el santo día con Valeria (chica a la cual había conocido en una reunión de amigos y por la que estaba exorbitantemente interesado), pensé en invitarla a salir con fines netamente “amatorios”, ella aceptó y se pactó la cita para el fin de semana, todo estaba “fríamente calculado”, sólo me quedaría hablar con mi caritativo padre y pedirle unos cuantos insignificantes billetes.


- ¡Hola papá! ( ¡si!, mi padre, jefe de recursos humanos en una compañía, mandamás, máxima autoridad del hogar y ebanista frustrado )

- Hola ( ¡si!, mi comunicativo padre )


- Y…¿Qué haces? ( sabia pregunta para iniciar una conversación con intereses lucrativos )

- Pues aquí… ya terminando la alacena que estaba haciendo para la cocina, me tomo mucho tiempo ¡eh!… ¡¿Qué te parece?! ¡Quedó bien ¿no?! ( Bueno… no se necesitaba ser un especialista en la materia para saber que eso a lo que mi papá llamaba “alacena” más parecía la caja de zapatos donde dormía el gato )

- Te quedó perfecta papá, estoy seguro que a mi mamá le encantará (¡eso es! ¡Conquístalo!)


Al ver el satisfecho rostro de mi padre por su “obra maestra” (futura casa del gato) pensé que ya era hora de dar el siguiente paso, de ir directamente al grano (ya había puesto mi granito de arena por la sociedad protectora de gatos abasteciendo una nueva vivienda a mi desamparado y entumecido felino, ahora era mi turno)


- Papá… ( ahí íbamos )

- ¿Qué?

- Yo…

- ¡¿Donde diablos están mis malditas herramientas?! ( ¡si! Había sido interrumpido por un martillo, un desarmador y un par de tuerquitas) ¡una y mil veces le he dicho a tu madre que no las preste porque luego se pierden y tengo que comprar otras!!pero… ¿Qué cree tu madre que a mi me sobra la plata?! ( sí, lo sé, mi padre no era precisamente aspirante a Mr. Simpatía y para variar su efusiva queja no apoyaría mi diminuta petición, pero hay ocasiones donde el peón tiene que hablar con su patrón y este debe de atender a sus exigencias )


- Papá… ¿recuerdas a Valeria?

- ¿Valeria?

- ¡Sí, Valeria!... la chica que te presente la otra vez

- ¡Ahhh Valeria!!Claro, es una chica muy guapa eh! (¡eso!... Era un buen comienzo )

- ¡Sí, eso sí!... bueno la invité a salir y... ¡aceptó!

- ¡¿Ah sí?! Pues que bien…

- Sí… pero… yo quería saber si me podrías dar algo de dinero para ese día… ¡tu sabes! El cine y esas cosas … ( se lo dije muy tímidamente, pero aun así sabia que el viejo me entendería, el también alguna vez había sido joven, y no dudaría en apoyar a su hijo, a su heredero, a su chiquitín)

- ¿Algo de dinero?... Pierre ¿Te has dado cuenta que edad tienes? (o talvez el viejo no me entendería), ¿Has pensado en trabajar? (¿notaron que la conversación dio un giro inesperado?) ¡desde ahora si quieres tener dinero deberás de trabajar! (¡Pero que clase de desnaturalizado engendrador me había tocado!, que ni siquiera podía consentir una inocente petición de su desconsolado hijo).

(…)



El fin de semana había llegado y estaba tratando de analizar como iba a administrar “mis millones” (venerables y acaudalados 20 soles con 30 míseros céntimos que me habían quedado de las cotidianas cutras semanales), estaba perdido, en la ruina, totalmente quebrado, ¿Qué podría hacer?, se suponía que tendría una cita “netamente amatoria” con Valeria en menos de una hora, pero como todo un hombre tendría que afrontar las consecuencias de mis problemas (¡sí señor!), así que me enfermaría ( ustedes saben… de uno de esos achaques severamente contagiosos, donde las personas tienen que guardar un mínimo de distancia ).
Concluyendo mi conversación al teléfono con Valeria (bueno nunca concluí porque ella me colgó) y después de detallarle mi agonizante estado de salud, pensé en lo que mi papá me había dicho, talvez tenía mucha razón, ya era hora de buscar un empleo y de conseguir mi propio dinero, mas aun, terminé atraído por la idea cuando se dieron estos dos humillantes sucesos.

Suceso 1:

Mis dos hermanos, Alex (18) y Pamela de sólo 11 años juegan a las cartas en la sala de mi casa:

- Alex: ¡Ya Pamela! ¡Para hacer más interesante el juego hay que apostar algo!… yo apuesto… ¡mi guitarra! ( Pamela inspecciona el lugar, seguramente rastreando alguna pieza de valor con la cual retar a su adversario )

- Pamela: Yo te apuesto… ¡Yo te apuesto a Pierre! Total… no me sirve de nada.



Suceso 2:

En una reunión familiar platico entre copas con mi tío José y su infiltrado amigo Juan Carlos:

- Juan Carlos: Oye Josecito, tu señora me contó que ya se viene el segundo ¿no? (refiriéndose al advenimiento de su futuro segundo hijo de 4 meses de gestación)

- José: ¡ah sí! ¡P*tamadre todo por la culpa de este h*evon! ( lo dice pegando una carcajada y refiriéndose a mi, si había algo que caracterizaba a mi tío José era su “fluido léxico” )

- Pierre: ¡¿Yo por qué?! ( le dije mientras daba una risotada y me servía otra copa )

- José: ¡Como que ¿por qué?! ¡Acaso no te acuerdas h*evon cuando ibas a mi casa y te robabas todos mis condones! (burla de la cual había sido victima y sin olvidar el conmocionado rostro de mi abuela cuando escuchó con que sutileza mi embriagado tío calificaba a su “adorado querubín” como un “conejo eléctrico”… aunque ahora que recuerdo, no es que yo tenga ciertos hábitos cleptómanos pero algo de verdad había en toda esa fina locuacidad).

(…)


Entonces fui en busca de trabajo, sería fácil, me pondría un traje elegante, presumiría un poco de lo que sé y no sé hacer, procuraría no tocar el tema de la experiencia, conservaría una encantadora sonrisa durante todo el día y me explayaría para así impresionar a mis interminables entrevistadores (¡claro! Siempre y cuando a alguno se le ocurra entrevistarme, tomando en cuenta que me había pasado casi tres semanas deambulando por las caóticas calles Limeñas sin la más minima señal de que alguien requiera de mis servicios).
Cuando ya me había dado por vencido (¡sí, por vencido! Ni siquiera Luis Fonsi y su temita alentador me hubiesen reanimado), mi tía me llamó, me comentó que mi padre le había contado de mis innumerables fracasados intentos (en pocas palabras mi desgracia ya era de conocimiento público):

- Pierre, yo soy administradora de un Restaurant y si quieres trabajo… yo te lo puedo dar ( ¡¿Cómo?!, acaso un alma caritativa se estaba solidarizando conmigo)

- ¡Pero claro que sí tía! ¡Con mucho gusto trabajaría para ti! Y… ¿Cuándo puedo empezar?

- ¿Te parece mañana mismo?, aquí te explicaré de que trata, cuales serán tus funciones y hablaremos de tus pretensiones de sueldo (¡wow! Eso sonaba realmente interesante e importante, ¡¿Quién lo diría?! Mi primer empleo había llegado directamente a mis manos y sin necesidad de buscarlo )


Al día siguiente me levanté muy temprano, me puse un buen atuendo (para la ocasión), me coloqué el anillo de oro que mi madrina me había obsequiado hace mucho tiempo y para atildar “mi elegancia” no dude en ponerme ese lujoso Rolex que hasta el día de hoy se encuentra exclusivamente en su respectivo estuche, como un trofeo de guerra en la repisa de mi habitación.
Salí de mi casa y en el transcurso del camino quise pronosticar que prominente cargo me asignaría mi generosa tía (¡La respetada administradora del restaurant!), talvez me otorgarían el puesto de relacionista público, quizás el de jefe de recepción ( bueno, con eso me conformaría por ahora) o simple y llanamente sufriría la burla y humillación más grande que se le puede hacer a un joven que desee emprender una vida laboral y me nombrarían con el “imponente y primordial” cargo de mozo ( ¡No! ¡No! Perdón, me corrijo, Asistente de Mozo), ni siquiera sabia que ese otro puesto existía.
Así que mi trabajo consistía en recoger, recoger y recoger en mi pequeño azafate todos los sucios platos que quedaban en las inacabables mesas (enfatizando mi torpeza al hacerlo), ya que nunca había levantado un solo plato (en mi vida) de mi propia mesa y mucho menos en una temblorosa bandeja abarrotada de ellos, los experimentados mozos se llevaban toda las propinas, el condenado supervisor nunca dejaba de hacer sonar su estridente campanilla cada vez que se asomaba algún cliente ( mientras yo maldecía a Iván Pávlov por hacer tan eficiente su teoría del “condicionamiento clásico”, o sea yo era algo así como el perro del experimento ) en pocas palabras este humilde servidor sólo era cruelmente utilizado.
Pero no todo era tan malo, no me podía quejar de mi sueldo, ni de algunas “traviesas clientas” que imaginaban que uno también estaba incluido en el menú, ni de la suculenta cena que devoraba después del trabajo y lo más importante, tenía dinero ( mi propio dinero ).
Después de algunas semanas de inhumana explotación y sin ningún signo de interés de “ascenso” de parte de mis insensibles superiores, decidí hablar con mi tía, tratar de explicarle que el trabajo que me había otorgado no era exactamente el que tenía en mente, aquel día fui muy temprano, busqué a mi tía en su despacho y no la encontré, mientras andaba por el restaurant (matando el tiempo), iba ensayando de que manera manifestaría mi eminente fastidio (claro, sin perder la cordura y esperando que sonara convincente), ella llegó y me acerqué inmediatamente :

- Hola tía… ¿podemos hablar? (¡eso es! Como personas civilizadas)

- ¡Hola Pierre!... ¿puede ser después?, ahora no puedo, hoy hay mucho trabajo, estamos retrazados, pero luego te comentaré de algo…

- Pero es que…

- ¡¿Que?! ¡¿el encargado de limpieza aun no llega?! ¡pero esto es el colmo! ¡Pierre por favor coge una escoba y empieza a limpiar el local! ( había llegado temprano para obtener un ascenso y terminé obteniendo una escoba )


Entonces sencillamente exploté (¡¿la cordura?! ¡Al carajo!), arrojé la escoba totalmente indignado, no soportaría más, ¡¿Qué me creían en ese restauransucho?! (Preferiría mil veces más trabajar de wachimán en Irak que seguir ahí), ella me miró aturdida y me fui.
Llegué a casa e hice lo que hace todo hombre que se acaba de quedar sin trabajo (nada), pensé que sería más difícil (pero estaba equivocado, no había de que temer), tenia dinero y eso era lo que importaba, entonces se me ocurrió una “excelente” idea…!Gastarlo! (si, en todo lo que se me apeteciera), todo fue
genial (sí, tuve más dinero que “Bill Gates” por un momento), hasta que lo perdí todo otra vez y me di cuenta que de nuevo estaba en la ruina, acabado y sin ningún perro que me ladre.
A veces dentro de nuestra inmadurez no sabemos valorar lo que en realidad poseemos (sea lo que sea), una amistad, una pareja, un bien, o como en mi caso… un empleo, días después entendí que las oportunidades se presentan sólo una vez y hay que saber aprovecharlas, al poco tiempo supe por intermedio de su esposo que mi tía de antemano ya había acordado un ascenso para mi en el área administrativa.










































20 de febrero de 2009

La amiga de mi novia







Cuando conocí a Andrea me enamoré completamente de ella ( o pensé estarlo como muchos que se enamoran ) , quedé idiotizado con su dulzura, deslumbrado por su sencillez y su forma de ver las cosas, su amplio sentido del humor, sus palabras precisas en el momento preciso, su particular personalidad, su interesante timidez, su encantada simpatía, su incomparable comprensión, su afán de superación y su delicada ternura, fue tan especial el hecho de conocerla que mi prolongada faceta de “gavilán pollero” dio un freno inesperado y muy brusco pero amortiguado e invadido por el requiebro de su suavidad, era mi chica y yo, y no había nada ni nadie que estropeara ese momento ( o eso pensaba hasta entonces ).

Una tarde mi creativa novia organizó una “alentadora” salida en parejas, sin antes consultármelo, claro está (se trata de un inmemorial ritual femenino, donde tu impaciente novia y su muy mejor amiga hacen hasta lo imposible por verse, pero saben que tienen al lado a dos criaturas del sexo opuesto sin el mínimo interés de conocerse, sin embargo ellas por alguna razón desean que en el acontecimiento fortuito esas criaturas se conviertan en los inseparables “Nopo y Gonta”).

Andrea me contó que ella era una vieja amiga de la escuela, compañera de carpeta, que no veía hace mucho, ya que viajó a Canadá por la separación de sus padres y allá aprovecho en concluir sus estudios, su nombre era Natalia y esa fue toda la información que obtuve de ella, mientras mi novia y yo íbamos rumbo a la “exclusiva discoteca” (lugar muy concurrido amenizado por un potente equipo estereofónico) donde se había previsto el “esperado” encuentro.

Esa noche en la discoteca, mientras esperábamos a la singular Natalia y a su incógnito acompañante, no veía llegar la hora de irme, ya que la noche anterior había sido extremadamente pesada gracias a las intempestivas prácticas universitarias y no seria exactamente catalogado como un buen anfitrión.
En el lapso de la espera se dio esta famosa, célebre y renombrada conversación de pareja:

- ¿Que tienes amor?... ¿Estás aburrido? ( ¿Aburrido?, estaba cansado, exhausto, enojado, y apunto de perder mis sentidos auditivos gracias a ese potente equipo estereofónico )

- No amor descuida, solo estoy un poco cansado, ayer me quede estudiando toda la noche. (¿Cansado?, estaba sumamente enojado por las “ideotas” de mi impaciente novia, sin una mínima consulta previa a su galán )


- Hay amor, discúlpame, no quise estropearte la noche, pero hazlo por mi ¿si? (¡Hay por dios!, esa mirada, esos ojos color miel, tenia un rostro tan dulce, que era imposible e inhumano decirle que no a esa bella criatura del señor).


Mientras nos mirábamos fijamente a los ojos ella desvió la mirada, se puso de pié de un brinco, alzó los brazos entusiasmada y haciendo señas dijo:

- ¡Natalia!, ¡ya llegó!, ¡acabo de verla! ( ja! Ya era hora, ¡¿que creía esa chica, que tenia toda la noche?! )

- ¿Así?, y ¿donde está? ( Quería darle una pequeña clasecita a esa señorita sobre lo que significaba puntualidad )


- Viene con su novio, ¡hay!, se ven tan bien juntos… (si de algo sufría mi adorada novia era de un patético y enorme sentimentalismo).


Mientras oía que Andrea y su impuntual amiga se saludaban con mucho entusiasmo, yo por otro lado me hacia el desentendido con mi eterna copa en la mano y curioseaba la pista de baile desde mi rincón.
En eso escuché la suave voz de mi novia:

- ¡Amor!, ¡Amor!, ven, quiero presentarte a mi queridísima amiga Natalia y a su novio Gustavo. ( bueno ahí iba mi fingida sonrisa de anfitrión improvisado )

Cuando vi a Natalia no sé porqué ( si sé porqué ) todo lo que dije al inicio de este relato sobre mi dulce novia se fue desvaneciendo, ella era una divinidad, era esplendida, era radiante, era sumamente atractiva, era muy sensual, tenía una profunda y afilada mirada, unos sabrosos labios delineados por un acentuado lápiz, un atrayente cabello rubio que jugaba con su espalda, una piel finamente bronceada, ligeramente marcada y trazada por un tentador bikini, un cuerpo que inducía al deseo ( para ser más exactos es el voluptuoso cuerpo al que la clásica envidia femenina condenaría con la resentida y rabiosa frase del “hay que asco” ), era simplemente hermosa, no es que mi novia sea fea, pero no sé porque la dejaba como popularmente se dice “chiquita”.
¡Ah si!, también Natalia había llegado con Gustavo (lo había olvidado), y llegaban de la mano, a primera impresión se podía ver que era un chico muy tranquilo, un tanto torpe al momento de hablar, algo anticuado en su forma de vestir ( ¡hey!, yo no era un fijón, pero era inevitable examinar al tipo que estaba al lado de la fantasía sexual de toda la discoteca ¿no? ), parecía que lo había peinado su mamá ( o sea lamido y de librito ), era como un homenaje a lo antiestético, en pocas palabras era lo más aproximado a un nerd, lo increíble de todo esto, era que ese prototipo de Paul Pfeiffer , era el único con libre acceso al mayor placer buscado por todos los hombres de esa noche y yo era el principal espectador.

Mientras las dos parejas de la noche tenían su larga plática, pude notar la soltura que poseía Natalia al hablar y compararla con la torpeza de Gustavo, por momentos (toda la noche) me preguntaba como una mujer como ella se pudo haber fijado en un tipo como Gustavo (¡oigan! No quería ser cruel pero el tipo era un perdedor), en tanto la plática se extendía pude notar algo.
Mientras Andrea conversaba con Natalia y yo desviaba la mirada por observar a la nueva “amiguita” ella desvió la suya también y nos concedimos ese intimidante cruce de miradas por una micro milésima de segundo que se me hizo una eternidad , bueno eso se sentía muy bien (no todos los días uno cruza miradas con la chica que se presenta calenturientamente en la penúltima página de “caretas”), pero bueno eso fue un golpe de suerte y ahí quedaría todo ( sólo quedaba resignarse ¿No?, pues como dicen el que puede… puede y el que no aplaude ), al rato otra vez aceche ( era imposible no hacerlo ), ella se percató de eso, me miró, pero esta vez “un poco más allá de lo evidente” ( me pregunto si esta chica tendría algún vinculo o parentesco con leon-O) y se le dibujo una sonrisa muy coqueta en los labios (era acaso que la amiga de mi novia me estaba haciendo ojitos).

Lo más curioso y gracioso de esa noche es que conversé mucho con Gustavo y me cayó muy bien (¡Hey!, No se le podía quitar méritos al chico ¿no?, ¡¿vieron a su novia?!), a pesar de todos sus defectos era un buen muchacho, intercambiamos números telefónicos (al parecer el inmemorial ritual había sido todo un éxito).
Esa noche salimos muy tarde de la discoteca así que sólo quedaba despedirnos, un hasta pronto a Gustavo y un desconsolado adiós a Natalia.

Más tarde esa misma noche, cuando llegue a casa, después de haber dejado a mi novia en su inaccesible morada, con una previa “carajeada” de su señor padre hacia mi persona por el “breve retrazo” (al que por cierto nunca le caí muy bien que digamos, se le señalaba como el autor intelectual y principal sospechoso de varias desapariciones de animosos e iluminados pretendientes de su retoño).

Tendido en mi cama comencé a pensar en Natalia y en lo muy bien que se le veía con ese corto vestido escotado, en su incomparable belleza y como olvidar esos tentadores cruces de miradas que nos concedimos en la discoteca, como en lo muy provocadora que podría llegar a ser y pensé ya resignado que talvez (quién sabe) algún lejano día podría hablar con ella.
Cuando estuve apunto de pegar los ojos algo interrumpió mi bienaventurado sueño, era el bendito celular (¡a quien carajos se le ocurre llamar a las 5 de la madrugada!), era un número desconocido, así que no me quedó otra que contestar ( e ir pensando que agravio le iba a propinar al inopinado interlocutor ).
Entonces con un expresivo bostezo contesté:

- ¡Aló! (es efectivo eso del bostezo, es una clase de clave muy famosa para que así el interlocutor capte tu molestia y sepa que lo estas maldiciendo muy finamente)

- Aló… ¿Pierre? (escuche una voz femenina, una voz que se me hacia familiar)
- ¡Si!, ¿con quién hablo?

- ¡Hola Piercito! (¡¿Piercito?! la única persona a la que le había permitido llamarme así era mi abuelita y no iba a aceptar que una chica me llame a las 5 de la madrugada y se le ocurra nombrarme inocentemente ¡Piercito!), ¡Soy Natalia! (…aunque pueden darse algunas excepciones ¿no?, mi voz cambió de la somnolienta a la de apuesto galán de novela mexicana)


- ¡Hoooola Natalia! ¿pasó algo? ( la pregunta exacta era ¿Quién te dio mi número?, aunque conociendo a su novio no era necesario estudiar el caso y menos llamar a un detective para hallar al responsable)

- No nada, sólo quería saludarte… (aja…)…estuvo muy divertida la noche ¿no?… (aja…)… me caíste muy bien (¡llamando a la torre de control, llamando a la torre de control!…)… y mañana tengo que ir a comprarle un regalo a Gustavo… y me preguntaba si tu… podrías… acompañarme para que así me des tu opinión… ( ¡ja! acaso esta chica requería de mi “sabia opinión” o la dulce compañía de un galán…!como yo!)


- ¡Claro!, yo te acompañaré con mucho gusto (me preguntaba si mi novia estaba enterada de esto… pero en fin, son amigas ¿No?, no habría de que preocuparse)

- ¡Perfecto!, entonces mañana te espero en el supermercado a las 5, ¿te parece? (iban a ser las 12 horas más largas de mi vida).


- ¡Claro!, ahí estaré.


Ese día, más tarde, después de 10 horas de espera, 1 de intenso acicalamiento (humedecí, enjaboné, enjuagué, acondicioné, cepillé, sequé, talquié y perfumé), y otra más de selección de vestuario. Estuve en el supermercado (muy puntual) esperando a Natalia, ella llegó al rato ( estaba preciosa ) y nunca fuimos a comprar ninguna clase de regalo, me contó en el transcurso de la noche que ellos habían sostenido una fuerte discusión por unas tonterías mientras tomábamos un café, me dijo que Gustavo no era el hombre que esperaba y me explicó que ya nada era lo mismo, yo le pregunté si había otra razón, un motivo en particular, ella después de un prolongado momento de mucha insistencia, mirándome directamente a los ojos contestó:

- Hay otro hombre Pierre… ( yo también la contemplé y no se porqué razón quedé muy callado, quizá porque aun no llegaba a desconectarme de sus ojos, o porque por la forma que lo dijo sentí que iba directo hacia mi )

Ella se acercó y me besó (!que beso!), salimos del café un tanto confundidos, desorientados y fuimos a caminar por la playa (ella y yo sabíamos perfectamente que lo que hacíamos no estaba nada bien, que éramos dos tontos haciendo daño a dos seres, pero en medio de todo eso –esa noche- no quisimos darnos cuenta)

Ambos comprendíamos que todo esto era una locura, una locura de media noche, que no se volvería a repetir y que con un beso sellaríamos ese secreto.

A los pocos días recibí una llamada, era Gustavo:

- ¿Puedo ir a verte? (Lo sentí muy angustiado, y con una voz entrecortada)

- ¡Claro!, ¿te encuentras bien? (pensé en lo peor)


- Cuando esté allá te cuento… estoy ahí en 5 minutos… (Colgó y yo quede aun con el auricular presintiendo todo lo que pudo haber ocurrido)

Salí a esperarlo a la puerta, bajó de su auto y cuando me acerque a el pude notar que estaba desorientado, confundido, triste y un tanto lloroso.

- ¡¿Qué sucedió Gustavo?!

- Natalia… (mencionó su nombre muy desconsolado mirando al suelo)


- ¡¿Qué pasa con ella?! (me encontraba alarmado)

- ¡Ella conoció a otra persona!, ¡tiene otro! ¡y terminó con nuestra relación! (si, me daba asco, me sentí una basura, una cruel y desleal basura)


- ¡¡Queeee!! (!ah si!, Queeee...), y… ¿te dijo quién era esa persona? (¡di que no, di que no!)

- No… (¡Oh gracias santísimo Dios!), pero me dijo que pronto lo sabría ya que lo vería con mis propios ojos… (¡oh no! Que parte de la palabra “sellar” no entendió esa chica).

Toda esa tarde traté de consolar a Gustavo mientras se desahogaba, me pedía consejos (era curioso porque yo también los necesitaba), era muy difícil aguantar, resistir y saber sobrellevar todas las injurias, insultos, agravios, ofensas y esas frecuentes mentadas de madre con las que calificaba muy encrespado y a la vez herido a su desde ya proclamado “rival serruchero”.
Cuando el se fue, yo también me encontraba demasiado golpeado, afectado y tocado por ser tan descarado, tan caradura y caer tan bajo, enseguida tomé un taxi y fui en busca de Natalia, quería dejar todo en claro (que ella tuviera todo en claro), yo amaba a Andrea, ella era todo para mi, significaba mucho y por una estúpida locura no iba a terminar con algo que estaba construyendo y que tenia mucho futuro.
Llegué a casa de Natalia, ella salió, le dije si podíamos hablar, me dijo que pasara (al principio no quise, luego acepté).


- ¡¿Por qué terminaste con Gustavo?! (se lo cuestioné muy alterado)

- ¡Sabes perfectamente porque ¿no?! ( ¡ja! ¿Si se por que?, Gustavo me había sometido a 3 horas de sus interminables hipótesis)


- ¡Natalia esto se está saliendo totalmente de control!, ¡sabes perfectamente en que quedamos esa noche! (quería hacerla entrar en razón)

- Pero yo creía que…


- ¡Natalia, amo a Andrea, lo que pasó entre nosotros fue un incidente, una aventura que se dio por el momento, por las circunstancias, fue algo que nunca debió pasar, Andrea es la única mujer que tengo todo el día en la cabeza…en verdad lo siento (se que fui muy duro al decirle todo eso mientras ella me miraba con sus brillosos ojos y rodaba una lagrima por su mejilla).

- Creo que será mejor que te vayas… (lo dijo con una rabia reprimida a causa del dolor, a causa de su pena)


Muy decidido y dejando todo atrás tomé otro taxi, fui en busca de Andrea, no la llamé, quería darle una sorpresa, le diría toda la verdad, todo lo que había ocurrido, se que me jugaría por entero, que talvez la perdería, que quizás ya nunca más iba a querer verme, ni saber más de mi, pero no quería que haya otra mentira entre nosotros, deseaba que todo sea transparente como desde el primer día que nos conocimos, iba a pedirle perdón y esperaba que me perdone, iba a decirle que la amo y esperaba que me ame después de todo, sólo quería llegar y abrazarla, besarla y nunca más desprenderme de ella…

Cuando por fin llegue a su “morada”, por un momento me quedé viendo todo ese paisaje, nació en mi una sonrisa (seguramente al pensar que aquí fue donde nos vimos por primera vez y huíamos de su celoso padre), entonces sencillamente me acercaría y tocaría su puerta (¡¿tocaría su puerta?! ¡ja! seria como tocar el portón de un castillo y pedirle permiso al “dragón” para rescatar a la princesa), de pronto escuché unas carcajadas, me llamó la atención, al parecer Andrea estaba en su sala, por lo tanto opté al rondar por la ventana (se que seria un poco difícil, pero me arriesgaría, era importante para mi hablar con ella y que todo vuelva a ser como antes), cuando por fin pude ubicarme debajo de la ventana, poco a poco me asomé en ella, ya no habían carcajadas, sólo silencio, cuando pude al fin ver, ella estaba sola sentada en su sillón (era mi Andrea), empecé a llamarla (ella no llegaba a escucharme), luego sólo vi… apareció Gustavo dentro de la casa, ambos reían (ya no era el desconsolado Gustavo que estuvo en mi casa toda la tarde), el llevaba dos copas de vino en las manos, uno se lo ofreció a Andrea y mientras lo recibía se dieron un apasionado beso en tanto dejaban las copas a un lado (quede impactado, sentía como me derrumbaba por dentro, no lo podía creer, no lo quise creer, no quise ver más, yo le había roto el corazón de la manera más cruel a alguien hace unos minutos, ahora de la misma forma me lo rompían a mi).
Aquella noche de verano fui a caminar solo, con el corazón roto, sin nadie a mi lado, cuando más lo necesitaba… entonces entendí que a veces sólo pensamos en ser perversos, viles y crueles con una travesura, pero nada de eso es suficiente ni comparado con el daño, la pérdida y la soledad…

-¿Pierre?...

-¿Natalia?...