Javier es un tipo que acaba de terminar una relación, o la relación acaba de terminar con el. La universidad y el trabajo de asistente contable que lleva en una fábrica de globos literalmente lo vuelven loco, le quitan tiempo, lo absorben, no puede lograr escribir, que es lo que realmente le apasiona, se siente frustrado, reprimido, pero sabe que nunca viviría de sus escritos y que el distintivo perpetuo de asistente lo a marcado de por vida.
Le es irónico y a la vez atormentante trabajar en una fábrica de globos, a sabiendas que desde muy pequeño les tuvo pavor a sus estallidos desmedidos, a sus tamaños colosales, a sus vaivenes indomables y a sus ínfulas kamikazes. Javier piensa que los globos son un peligro constante e inminente, que a causa de ello su vida se hará más corta e infeliz, que debería renunciar a ese empleo, que debería renunciar a los globos, que debería renunciar a ser asistente.
El es un hombre joven y apuesto, de cabellos ensortijados, de contextura delgada, de mirada provocadora, de personalidad afectada, de fama de mujeriego.
Javier tiene un amigo. Camilo. Un tipo soñador y sensiblero, todo lo soñador y sensiblero que Javier no pudo ser, o que talvez lo sea, y lo esconda bajo su acorazado rostro. Camilo es atento y educado, de mirada tierna e inocente, noble y encantador, de cejas pronunciadas, cabello atrincherado y contextura voluminosa.
Camilo esta enamorado ciegamente de la Malquerida, una joven hermosa, de grandes ojos delineados, de piel blanca, de mejillas encendidas, de lisos cabellos castaños, de risa fácil, de curvas ampulosas, de naturaleza ingobernable, de traviesa coquetería, de caprichos infinitos.
- ¿Tú crees que algún día me haga caso? Le pregunta intranquilo y embobado Camilo a Javier, cuando la Malquerida pasa esquiva frente a ellos, robando miradas ajenas, iluminada de fina estampa, hipnotizando al más distraído. Sabes, desde que la conocí me encantó. Añade Camilo. Han sido muchos mis intentos por enamorarla, siempre le pedí una oportunidad, nunca me la quiso dar, quise invitarla a salir y robarle un beso.
Javier lo escucha con poco interés, ya ha oído esa historia antes, conoce el desafortunado desenlace, le basta con conocer a Camilo.
Javier lleva una clase de matemáticas con la Malquerida, ambos detestan las matemáticas, así que deciden no prestar atención a la clase, ella se sienta a su lado y le regala una sonrisa, Javier se muestra cortés y educado y conversan, se conocen un poco, Javier hace bromas tontas (porque son las únicas que sabe hacer) y la Malquerida ríe. El maestro, un tipo adusto e inflexible de marcado acento oriental, advierte que ella y Javier no tienen un mínimo interés en lo que, por cierto, con mucho esmero y dedicación está explicando, así que no ve otro remedio que echarlos del salón.
Javier se pone de pie y sale sin oponerse, ya está acostumbrado a que lo echen del salón, de ese salón especialmente, ella va detrás de él, a paso lento y desafiante, mira al maestro con un odio refrenado, directo a los ojos, luego vuelve la mirada displicente hacia los demás, y sale del salón atropelladamente. Ya afuera, mientras enciende un cigarrillo, dice exaltada y agitando los brazos:
- No sé, como quiere ese huevon que apruebe su puto curso si siempre termina echándome de la clase. Ella sumerge sus dedos dentro de sus cabellos castaños, como un oleaje sinuoso. ¿fumas? Le pregunta, extendiendo su brazo, ofreciéndole una cajetilla entornada.
- No gracias. Responde Javier.
- ¿Y qué piensas hacer ahora? Pregunta ella, mientras, expulsa suavemente, sobre el rostro de él, el humo que con tanta finura y elegancia destierran sus labios.
- No sé. Responde él, cabizbajo y desanimado. Este era mi último curso, creo que me iré a casa.
- ¿A casa? Replica sarcásticamente con una risotada la Malquerida. No pues, mi estimado. Vamos. Te invito unas cervezas, me has caído bien. Le dice mientras palmotea su espalda. Ambos se miran con cierta complicidad, se ríen de lo infelices que son, de lo divertida que a veces es la vida de los infelices.
Ya en la noche limeña, el tablero del bar iluminado soporta jarras inundadas de cerveza y negruzcos ceniceros atestados. Los infelices se narran historias aciagas, historias que no suelen contar. Ella le dice que extraña la Argentina, que allá paso dos años, que allá era feliz, que nunca será más feliz en un lugar que no sea la Argentina, que allá encontró amores y dejó a otros, que allá tendrá a su primer hijo cuando ella así lo quiera. Javier le pregunta por qué dejo la Argentina. Ella le contesta que fue por el trabajo de su padre, que el viaja mucho, que prácticamente la ha abandonado por sus eternos viajes. Entonces con quien vives. Pregunta Javier. Con mi abuela. Responde ella. Y tu mamá. Curiosea él. Mi mamá nos abandono cuando me tuvo, no le importó nada, no le importé. Se hizo un silencio, mientras ella bebía de un sorbo la cerveza que quedaba aun en su vaso. Javier trata de cambiar de tema. Y a propósito, a todo esto, cuál es tu nombre. El ríe y piensa que es un idiota, que ha estado bebiendo y oyendo historias infelices -y no por ello menos cautivadoras- hace dos horas de una chica de la cual aun desconoce el nombre. Ella ríe, se disculpa, me llamo Sandra. Es un bonito nombre. Dice él. Ella contesta: Es el nombre de una ex novia de mi padre. Me lo puso en venganza cuando mi madre se fue. Pues eso soy, una venganza. Por eso nadie me quiere, para nadie soy importante. Añade ella sumida en tristeza y desconsuelo.
A la Malquerida los tragos de la noche limeña la han embriagado y han desvanecido su naturaleza ingobernable de niña mala, han desnudado sus anhelos, sus miedos, sus rencores, su mirada alunada la a delatado, el carmín de sus ojos delineados se ha deshecho y han hecho rodar una lagrima negra sobre su mejilla encendida.
- Camilo te quiere y lo sabes. Alude Javier. Mientras coge el rostro de ella y este se posa sobre su mano.
- Camilo está obsesionado conmigo. Responde ella algo irritada. El busca amores, sinceros, moderados, castos, honestos y puros, que yo no puedo darle. El es un buen chico y lo quiero por eso, pero yo busco otras cosas en los hombres, que él no podría darme.
Ella mira a Javier a los ojos, con una mirada tierna y a la vez afilada, como si en lo que dijo, hubiese un mensaje encubierto para él. Javier percibe el aviso, lo entiende perfectamente. Él sabe que es muy débil a los encantos femeninos de La Malquerida, a su atractivo lunar en el rostro, a su mirada desafiante, a sus curvas exageradas, a su delicioso perfume.
Javier pierde la mirada, la esconde, se intranquiliza, piensa que no puede hacerle eso a Camilo.
- No lo hagas, si no quieres. Le dice ella con voz amable.
- No es eso. Responde aprisa Javier. Camilo es mi amigo, el está enamorado de ti, no puedo hacerle esto.
- El estará enamorado de mi, pero yo no de él. Responde ella, mientras mueve la cabeza con una sonrisa irónica. Mi departamento está a pocas cuadras de aquí, es mejor que pases la noche allí, tu casa queda muy lejos y puede que sea un poco peligroso que te vayas ahora.
- ¿Y tu abuela? Pregunta él. ¿A ella no le importaría que pase la noche allí? La Malquerida ríe mirando hacia lo alto. Y cuando desiste responde:
- Ella ni siquiera se va a enterar que estas allí, ya verás mi estimado, confía en mí.
En las desiertas calles miraflorinas dos desconocidos deambulan a pasos zigzagueantes, la noche fría se entrevera con la brisa turbia, las hojas secas del otoño cubren las veredas, las incesantes carcajadas los hacen trastabillar entre ellos y los cigarrillos disimulan la insensibilidad de la noche.
Llegan juntos al edificio, ella, mientras trata de introducir la llave al cerrojo del portón con poco éxito, le pide a Javier que no mire al guardia cuando entren, que es un chismoso, un entrometido. Javier obedece. Van por el ascensor y llegan al quinto piso del lujoso edificio. Espera aquí y no hagas ruido. Le dice ella, mientras abre su puerta con mucho cuidado, tratando de evitar el rechine de la cerradura. Ella entra con las luces apagadas, tarda unos minutos. Javier la espera afuera, en el ascensor que da directo a su puerta, frotándose las frías manos. Ella sale, asoma la cabeza estirando el cuello, mira a ambos lados y le hace un ademán con las manos, él se acerca, ella le pide en voz baja que pase y vaya directo a la habitación que le está señalando, el camina por la sala confundido, ella va detrás, ambos se acercan sigilosamente, tratando de no hacer crujir el piso de parquet con sus pasos confusos e ingresan a la habitación sombría, la Malquerida cierra la puerta con la misma precisión y sólo el guardia conoce de la llegada del nuevo visitante.
En su habitación hay una enorme ventana, que les concede y deleita de vistas panorámicas, cortinas color crema, que en la oscuridad se asemejan al velo de una viuda, una mesita donde se posan retratos, quizás de algún amor pasajero y una cama desatendida cubierta de vestidos y trusas a rayas que quizás hoy no usaría.
Ellos se sientan en la cama, la Malquerida cruza las piernas y enciende otro cigarrillo, no hacen ruido, sólo susurran de muy cerca. Javier le pregunta un tanto nervioso, como hará para salir de su departamento, sin que su abuela se dé cuenta, ella le responde imperturbable, que colocará el despertador a las cinco y treinta de la madrugada, cuando todos aun duerman, el se marchará.
El se quita el saco, se siente más cómodo, pero no logra ver el retrato del tipo que posa sobre su mesa. Quien es el. Pregunta Javier. Ella vuelve la mirada con desinterés hacia el retrato, y con el mismo desinterés responde en voz baja. Mi ex novio, El Español. Y si es tu ex novio, por qué aun tienes un retrato de él en tu mesa. Curiosea Javier. Ella sujeta el retrato, lo mira con la cabeza gacha, muestra una media sonrisa sumisa, y responde: Porque es muy guapo, no lo ves. Y él, donde está ahora. Pregunta Javier. Ella arroja el retrato en medio de los vestidos y trusas entreverados que posan sobre la cama, y responde: En un centro de rehabilitación, supongo. Se volvió adicto a la cocaína, hubo un tiempo en que lo había tragado la tierra, nadie sabía de él. Algunos decían que lo habían visto salir de un hotel, su familia estaba desesperada. Cuando lo encontraron estaba en un rincón del cuarto, como escondiéndose de alguien, temblando, maloliente y la mesa, adornada de varias rayas blancas.
Y que paso. Susurra Javier. El Español estuvo hospitalizado, al poco tiempo se recuperó, sus padres tienen mucho dinero, pero volvió a caer en el vicio, su madre no soportaba verlo así. Un martes, cuando volvió de noche a casa, su madre le preparó una manzanilla o quizá un té, había sumergido en él una fuerte píldora para dormir. Al rato llegaron los paramédicos, el no despertó, hasta el día de hoy no ha despertado, El Español, vieja de mierda carajo. Contesta indignada.
La Malquerida le cuenta de sus amores pasados, de sus historias de alcoba, de sus besos apasionados, de sus orgasmos más detonantes, de sus amantes más avezados, de sus deseos más impuros. Javier siente una erección, sabe que no hay nada más excitante que una mujer susurrando, con un cigarrillo entre labios, sus deseos más viciados en la noche, cuando el aliento del murmullo se torna más seductor que el predominio insensato de la voz. No sabes cómo me encantaría hacerlo contigo. Confiesa Javier un tanto agitado. Eso depende de cómo beses. Contesta provocadora y desafiante La Malquerida.
Javier se abalanza contra ella, la besa desenfrenadamente, caen en la cama, se frotan los cuerpos, sus lenguas juguetean, sus manos se desorientan, se extravían. Él acaricia delicadamente sus senos, sus nalgas, besa su cuello, dispersa su aliento en el. Ella muerde sus apetitosos labios, desabrocha sus pantalones. El relame sus pechos, su cintura. Se desvisten y se entregan al placer, a los gemidos, a sus cuerpos sudorosos y agotados, a la noche. Ella tensa y estira su cuerpo, su cuello, mira hacia lo alto, le susurra frases obscenas al oído, que después no recordó haber dicho, coge su mano, la coloca en su pecho. Él la toma fuertemente y ella da un último suspiro.
Ella se levanta consumida, sin hacer ruido, él mira su cuerpo desnudo tendido desde la cama, sus caderas exageradas, su figura estilizada, ella se coloca un camisón, Javier observa, como este se derrumba, suplicando perdón entre la penumbra, poco a poco sobre sus pechos, cubre su espalda, sus nalgas, su belleza.
La enorme ventana se ha empeñado de lujuria, ellos frotan sus manos en ella, curiosean los ventanales vecinos, se ríen discretamente de las cosas graciosas, se acuestan exhaustos con las piernas entrelazadas, se miran a los ojos, ríen de su demencia, se conciben las conversaciones de madrugada, esas donde las mentiras no existen, ella yace sobre su pecho, parecen estar enamorados, pero no lo están.
Suena su celular. Es un mensaje de Camilo, un mensaje romántico, cursi, esperanzado. Ella se lo muestra a Javier, el lo lee, lo arroja entre las sábanas, la besa y lo hacen de nuevo.
Debes estar pensando que soy una puta. Le dice ella, con el rostro compungido, escondido bajo sus embrollados cabellos. No, no digas eso, nunca pensaría eso de ti. Contesta él. Javier le dice que escribirá de ella algún día, de esta noche loca, de amantes furtivos, de destinos inciertos e incomprensibles. Javier le pregunta, mientras juega con su cabello castaño, apoyados en la cama, que nombre quiere que le conceda o dedique cuando escriba de ella. La Malquerida lo piensa un momento. Concédeme el nombre que quieras. Responde ella. Pero menos el de Casandra, ese es nombre de puta.
Ambos se dan cuenta que programar el despertador no sirvió de nada, que no han dormido en toda la madrugada. El reloj apunta las cinco y treinta, La Malquerida abre la puerta de su habitación con determinación y cuidado, estira el cuello, Javier sale detrás de ella, el parquet cruje, sus pasos los traicionan. Javier logra salir del departamento, pero no despedirse de La Malquerida, un segundo perdido sería fatal. Baja por las escalinatas, no debe perder tiempo, el ascensor tardaría en iniciar su funcionamiento. El guardia del edificio observa impasible, sentado desde la banqueta de su cabina, cuando él se marcha, Javier vuelve a sentir el frío y la brisa de la noche desamparada.
Desde aquella noche, ellos se aventuran a un ilusorio idilio clandestino, crean arriesgados encuentros furtivos, se regalan besos culpables, conciben conversaciones de madrugada. Camilo le pregunta angustiado a Javier si La Malquerida le ha hablado de él. Javier le dice que sí, que tenga paciencia, que ya casi está logrando que ella le dé una oportunidad. Camilo le agradece, le dice que el sí es un verdadero amigo.
La mañana del lunes el teléfono de Javier no ha parado de sonar, él se despierta cansado, maldiciendo a medio mundo. Es La Malquerida, la siente llorosa. Javier le pregunta que le sucede. Ella le dice que está embarazada, que no sabe qué hacer. Javier queda desconcertado, pero trata de mantener la calma. Él le pregunta si está segura de eso. Ella le dice que sí, que se acaba de hacer los exámenes, que no le dijo nada, para no preocuparlo. Él le pregunta balbuceando qué piensa hacer. Ella le pide que vayan a la Argentina que allá siempre quiso tener a su hijo. Javier le dice que está loca, que él no piensa ir a la Argentina, que él nunca pensó tener un hijo con ella. La Malquerida le dice que es un cobarde, que no vale nada. Ella llora de rabia, lo último que alcanza a escuchar Javier es cuando La Malquerida le grita que se olvide de ella y que nunca pregunte por el niño.
Meses después Javier recibe una llamada. Es Camilo. Lo saluda entusiasmado. Javier, amigo mío, es a ti al primero que le tengo que dar la noticia. Javier ríe por el entusiasmo de Camilo. Que pasó, Camilo, que buenas nuevas me tienes. Le pregunta Javier. Voy a ser papá, puedes creerlo. Grita Camilo. Pero hombre, déjame felicitarte y quien es la afortunada. Pregunta Javier. Sandra, hermanito. Me ayudaste mucho, por fin pudo abrir los ojos y darse cuenta que me moría por ella, estoy en deuda contigo. Y por eso mi hijo se llamará Javier, como tú. (Él ríe). Ah me olvidaba, estoy en la Argentina, a Sandrita se le ocurrió dar a luz aquí, me dice que le encanta la Argentina, que nunca será más feliz en un lugar que no sea la Argentina. Ella y yo queremos que vengas, te pagaremos los pasajes del vuelo, en Ejecutiva; claro está (él ríe), Javier le dice que no se hubiesen molestado, que no era necesario, que no le pongan su nombre al niño. Camilo ríe otra vez. Pero que cosas dices Javier, es una muestra de agradecimiento por todo lo que hiciste por mí, así que Sandrita, el pequeño Javier, ni yo aceptaremos un no por respuesta. Te esperamos Javier. Chao, chao.
Camilo cuelga el teléfono, desde algún lugar de la Argentina, Javier sabe que no debería de ir, pero también sabe que Camilo lo espera con ansias, que los pasajes ya están pagados, y que debería terminar lo que algún día él mismo inicio.
Días después, Javier toma el vuelo, que fue en ejecutiva, tal y como lo dijo Camilo, llega a la Argentina, se hospeda en un hotel, lleva poco equipaje, toma un taxi y va a la clínica donde está internada La Malquerida, antes de llegar Javier le pide al taxista que se detenga una cuadra antes. Baja del auto y se aproxima a la clínica a un paso lento, trayendo a la memoria vagos recuerdos, pensando en La Malquerida, en Camilo, en el pequeño Javier y en lo canalla que fue.
Javier advierte que otro taxi se detiene en la puerta de la clínica, de él baja Camilo, con dos tipos y una señora que quizá sea su madre. Javier observa que llevan muchos regalos para el pequeño Javier. Camilo vuelve hacia el taxi, donde al parecer olvido algo, y extrae un ramo exorbitante de inmensos globos de colores.
Javier se detiene, no permite que lo vean, toma un taxi y va de regreso al hotel donde está hospedado. En el camino piensa: Que nunca será más infeliz, en un lugar que no sea la Argentina.