13 de marzo de 2009

Las paces con Dios






Son las 6:00 de la mañana del domingo, mi cuerpo se encuentra severamente adormecido, de seguro por alguna adulterada sustancia que ingerí la noche anterior alentado e inducido por una jauría de incoherentes e inadaptados incondicionales amigotes, repentinamente mi sosegado descanso es sutilmente interrumpido por un meneo delicado sobre mis hombros, cubierto de sábanas hasta la cabeza como un cadáver en la morgue, noto como éste es arrebatado impetuosamente y el delicado meneo se torna brusco y un tanto violento, mientras voy cobrando el conocimiento percibo una figura distorsionada: mi abuela ( a la que de pequeña nunca le enseñaron a tocar la puerta antes de entrar), ella muy impaciente me pide que la acompañe como todo un parroquiano dominguero a encontrarnos con Dios ( no creo que Dios hubiese estado muy de acuerdo con eso ), pero mi abuela quizás no entendería que ese afán que alguna vez tuve de mocoso ( ser un fiel monaguillo ) ya hace mucho tiempo había sido definitivamente descartado por una serie de acontecimientos netamente hormonales.

Así que como una “ovejita” que tiene que unirse al rebaño acompañé a mi bienaventurada abuela, aclarando que en los últimos diez años sólo había pisado una sacrosanta iglesia por cuatro sencillos motivos (mi prematuro bautizo, mi primera comunión, una boda suspendida y una misa de difuntos que derivaba de la boda suspendida), en el camino mi abuela me dio una breve charla y me actualizó sobre aquel hombre que murió en una cruz por nosotros, yo inocentemente discrepé con ella y le dije:

- ¡¿De que ha servido el sacrificio de aquel misericordioso hombre si hasta el día de hoy existen guerras, violencias y maltratos?!


Ella calló y nunca contestó, pero esquivó la respuesta mencionando que nos quedaríamos un momento más después de la misa para unas cuantas charlas y como no quería parecer un incrédulo ateo o mucho menos un hereje al cual se requería achicharrar en la hoguera ante la casa del señor, acepté.

Al concluir la misa, despertar a mi abuela y estar libres y absueltos de toda clase de pecados, ella me tomó de la mano y nos acercamos al ochentón cura para que nos rociara de ese líquido al que llaman bendito, el nos pidió muy amablemente que pasáramos al salón donde se dictaría la charla y como obedientes feligreses nos dirigimos hacia allá.

Cuando me senté y me iba preparando para lo que seria un extenso mitin cristiano se asomó a mi abuela una clase de novicia rebelde y le susurro algo al oído, no llegué a escuchar pero ambas voltearon a mirarme con enojo y movieron sus cabezas para hacer notar su fastidio, yo no entendía en lo absoluto, mi indignada abuela se acercó y me pidió que salgamos del salón por un momento.


- Hijo te tienes que ir – me dijo. (No era una mala noticia, pero quería averiguar el motivo de mi exclusión).

- ¿Por qué? – le pregunté.


- El cura no va a permitir que te quedes aquí – contestó.

- ¿Por qué? – insistí.


- Primero… porque tienes un pésimo aliento a alcohol y segundo porque al parecer ayer estuviste tan borracho con tus amiguitos que confundiste el portón de la iglesia con el de la taberna y la monjita Clotilde te vio – respondió. (bueno… los dos portones eran de madera, talvez ese haya sido el motivo de mi desafortunado desliz).


Así que después de haber sido sorprendido infraganti al lado de mis inadaptados amigos consumiendo “quien sabe que” a puertas de “la casa del señor” por una nocturna monjita con cualidades algo “wachimanescas” (que tranquilamente hubiese podido confundir con Batman en medio de mi ebriedad), opté por retirarme, ya que no me quedaría de otra.

Por tantos traspiés que me suelen suceder comprendo que aún tengo que hacer las paces con Dios, pero a pesar de todo, me tranquiliza el hecho de saber que cada noche de 7:30 a 9:00 en el aula 411 del cuarto piso de mi facultad, tengo una clase de economía al lado de un muchacho llamado Jesús.












2 de marzo de 2009

Mi primer empleo








Cuando somos niños las cosas son realmente sencillas, jugamos, reímos, corremos y exploramos por todos los incógnitos rincones, brincamos, ensuciamos y rompemos todo lo que por accidente caiga en nuestras manos, hacemos ruido, somos curiosos, inocentes, traviesos, disfrutamos cada minuto y cada momento de ese pedazo de vida donde perdemos la noción del tiempo y donde hacer y ganar amigos es mucho más fácil, vivimos en un mundo de colores y fantasías, donde lloramos y volvemos a reír, un espacio donde no asumimos responsabilidades, donde no debemos preocuparnos por los gastos del hogar, donde no pagamos incalculables impuestos, un universo donde si deseas algo sólo tienes que pedirlo, porque siempre ellos estarán ahí, brindándonos hasta lo imposible, tomándonos en sus brazos después de una aparatosa caída, secándonos una lagrima, alentándonos y animándonos a levantarnos y seguir adelante, dándonos su amor, su inexperiencia, su comprensión, su bondad.
Hasta que por cuestiones periódicas aparece esta otra etapa de la vida donde todo lo dicho hace un momento sufre de imprevistos cambios, ciertas alteraciones o sencillamente se distorsiona por completo.

(…)

Después de haber estado todo el santo día con Valeria (chica a la cual había conocido en una reunión de amigos y por la que estaba exorbitantemente interesado), pensé en invitarla a salir con fines netamente “amatorios”, ella aceptó y se pactó la cita para el fin de semana, todo estaba “fríamente calculado”, sólo me quedaría hablar con mi caritativo padre y pedirle unos cuantos insignificantes billetes.


- ¡Hola papá! ( ¡si!, mi padre, jefe de recursos humanos en una compañía, mandamás, máxima autoridad del hogar y ebanista frustrado )

- Hola ( ¡si!, mi comunicativo padre )


- Y…¿Qué haces? ( sabia pregunta para iniciar una conversación con intereses lucrativos )

- Pues aquí… ya terminando la alacena que estaba haciendo para la cocina, me tomo mucho tiempo ¡eh!… ¡¿Qué te parece?! ¡Quedó bien ¿no?! ( Bueno… no se necesitaba ser un especialista en la materia para saber que eso a lo que mi papá llamaba “alacena” más parecía la caja de zapatos donde dormía el gato )

- Te quedó perfecta papá, estoy seguro que a mi mamá le encantará (¡eso es! ¡Conquístalo!)


Al ver el satisfecho rostro de mi padre por su “obra maestra” (futura casa del gato) pensé que ya era hora de dar el siguiente paso, de ir directamente al grano (ya había puesto mi granito de arena por la sociedad protectora de gatos abasteciendo una nueva vivienda a mi desamparado y entumecido felino, ahora era mi turno)


- Papá… ( ahí íbamos )

- ¿Qué?

- Yo…

- ¡¿Donde diablos están mis malditas herramientas?! ( ¡si! Había sido interrumpido por un martillo, un desarmador y un par de tuerquitas) ¡una y mil veces le he dicho a tu madre que no las preste porque luego se pierden y tengo que comprar otras!!pero… ¿Qué cree tu madre que a mi me sobra la plata?! ( sí, lo sé, mi padre no era precisamente aspirante a Mr. Simpatía y para variar su efusiva queja no apoyaría mi diminuta petición, pero hay ocasiones donde el peón tiene que hablar con su patrón y este debe de atender a sus exigencias )


- Papá… ¿recuerdas a Valeria?

- ¿Valeria?

- ¡Sí, Valeria!... la chica que te presente la otra vez

- ¡Ahhh Valeria!!Claro, es una chica muy guapa eh! (¡eso!... Era un buen comienzo )

- ¡Sí, eso sí!... bueno la invité a salir y... ¡aceptó!

- ¡¿Ah sí?! Pues que bien…

- Sí… pero… yo quería saber si me podrías dar algo de dinero para ese día… ¡tu sabes! El cine y esas cosas … ( se lo dije muy tímidamente, pero aun así sabia que el viejo me entendería, el también alguna vez había sido joven, y no dudaría en apoyar a su hijo, a su heredero, a su chiquitín)

- ¿Algo de dinero?... Pierre ¿Te has dado cuenta que edad tienes? (o talvez el viejo no me entendería), ¿Has pensado en trabajar? (¿notaron que la conversación dio un giro inesperado?) ¡desde ahora si quieres tener dinero deberás de trabajar! (¡Pero que clase de desnaturalizado engendrador me había tocado!, que ni siquiera podía consentir una inocente petición de su desconsolado hijo).

(…)



El fin de semana había llegado y estaba tratando de analizar como iba a administrar “mis millones” (venerables y acaudalados 20 soles con 30 míseros céntimos que me habían quedado de las cotidianas cutras semanales), estaba perdido, en la ruina, totalmente quebrado, ¿Qué podría hacer?, se suponía que tendría una cita “netamente amatoria” con Valeria en menos de una hora, pero como todo un hombre tendría que afrontar las consecuencias de mis problemas (¡sí señor!), así que me enfermaría ( ustedes saben… de uno de esos achaques severamente contagiosos, donde las personas tienen que guardar un mínimo de distancia ).
Concluyendo mi conversación al teléfono con Valeria (bueno nunca concluí porque ella me colgó) y después de detallarle mi agonizante estado de salud, pensé en lo que mi papá me había dicho, talvez tenía mucha razón, ya era hora de buscar un empleo y de conseguir mi propio dinero, mas aun, terminé atraído por la idea cuando se dieron estos dos humillantes sucesos.

Suceso 1:

Mis dos hermanos, Alex (18) y Pamela de sólo 11 años juegan a las cartas en la sala de mi casa:

- Alex: ¡Ya Pamela! ¡Para hacer más interesante el juego hay que apostar algo!… yo apuesto… ¡mi guitarra! ( Pamela inspecciona el lugar, seguramente rastreando alguna pieza de valor con la cual retar a su adversario )

- Pamela: Yo te apuesto… ¡Yo te apuesto a Pierre! Total… no me sirve de nada.



Suceso 2:

En una reunión familiar platico entre copas con mi tío José y su infiltrado amigo Juan Carlos:

- Juan Carlos: Oye Josecito, tu señora me contó que ya se viene el segundo ¿no? (refiriéndose al advenimiento de su futuro segundo hijo de 4 meses de gestación)

- José: ¡ah sí! ¡P*tamadre todo por la culpa de este h*evon! ( lo dice pegando una carcajada y refiriéndose a mi, si había algo que caracterizaba a mi tío José era su “fluido léxico” )

- Pierre: ¡¿Yo por qué?! ( le dije mientras daba una risotada y me servía otra copa )

- José: ¡Como que ¿por qué?! ¡Acaso no te acuerdas h*evon cuando ibas a mi casa y te robabas todos mis condones! (burla de la cual había sido victima y sin olvidar el conmocionado rostro de mi abuela cuando escuchó con que sutileza mi embriagado tío calificaba a su “adorado querubín” como un “conejo eléctrico”… aunque ahora que recuerdo, no es que yo tenga ciertos hábitos cleptómanos pero algo de verdad había en toda esa fina locuacidad).

(…)


Entonces fui en busca de trabajo, sería fácil, me pondría un traje elegante, presumiría un poco de lo que sé y no sé hacer, procuraría no tocar el tema de la experiencia, conservaría una encantadora sonrisa durante todo el día y me explayaría para así impresionar a mis interminables entrevistadores (¡claro! Siempre y cuando a alguno se le ocurra entrevistarme, tomando en cuenta que me había pasado casi tres semanas deambulando por las caóticas calles Limeñas sin la más minima señal de que alguien requiera de mis servicios).
Cuando ya me había dado por vencido (¡sí, por vencido! Ni siquiera Luis Fonsi y su temita alentador me hubiesen reanimado), mi tía me llamó, me comentó que mi padre le había contado de mis innumerables fracasados intentos (en pocas palabras mi desgracia ya era de conocimiento público):

- Pierre, yo soy administradora de un Restaurant y si quieres trabajo… yo te lo puedo dar ( ¡¿Cómo?!, acaso un alma caritativa se estaba solidarizando conmigo)

- ¡Pero claro que sí tía! ¡Con mucho gusto trabajaría para ti! Y… ¿Cuándo puedo empezar?

- ¿Te parece mañana mismo?, aquí te explicaré de que trata, cuales serán tus funciones y hablaremos de tus pretensiones de sueldo (¡wow! Eso sonaba realmente interesante e importante, ¡¿Quién lo diría?! Mi primer empleo había llegado directamente a mis manos y sin necesidad de buscarlo )


Al día siguiente me levanté muy temprano, me puse un buen atuendo (para la ocasión), me coloqué el anillo de oro que mi madrina me había obsequiado hace mucho tiempo y para atildar “mi elegancia” no dude en ponerme ese lujoso Rolex que hasta el día de hoy se encuentra exclusivamente en su respectivo estuche, como un trofeo de guerra en la repisa de mi habitación.
Salí de mi casa y en el transcurso del camino quise pronosticar que prominente cargo me asignaría mi generosa tía (¡La respetada administradora del restaurant!), talvez me otorgarían el puesto de relacionista público, quizás el de jefe de recepción ( bueno, con eso me conformaría por ahora) o simple y llanamente sufriría la burla y humillación más grande que se le puede hacer a un joven que desee emprender una vida laboral y me nombrarían con el “imponente y primordial” cargo de mozo ( ¡No! ¡No! Perdón, me corrijo, Asistente de Mozo), ni siquiera sabia que ese otro puesto existía.
Así que mi trabajo consistía en recoger, recoger y recoger en mi pequeño azafate todos los sucios platos que quedaban en las inacabables mesas (enfatizando mi torpeza al hacerlo), ya que nunca había levantado un solo plato (en mi vida) de mi propia mesa y mucho menos en una temblorosa bandeja abarrotada de ellos, los experimentados mozos se llevaban toda las propinas, el condenado supervisor nunca dejaba de hacer sonar su estridente campanilla cada vez que se asomaba algún cliente ( mientras yo maldecía a Iván Pávlov por hacer tan eficiente su teoría del “condicionamiento clásico”, o sea yo era algo así como el perro del experimento ) en pocas palabras este humilde servidor sólo era cruelmente utilizado.
Pero no todo era tan malo, no me podía quejar de mi sueldo, ni de algunas “traviesas clientas” que imaginaban que uno también estaba incluido en el menú, ni de la suculenta cena que devoraba después del trabajo y lo más importante, tenía dinero ( mi propio dinero ).
Después de algunas semanas de inhumana explotación y sin ningún signo de interés de “ascenso” de parte de mis insensibles superiores, decidí hablar con mi tía, tratar de explicarle que el trabajo que me había otorgado no era exactamente el que tenía en mente, aquel día fui muy temprano, busqué a mi tía en su despacho y no la encontré, mientras andaba por el restaurant (matando el tiempo), iba ensayando de que manera manifestaría mi eminente fastidio (claro, sin perder la cordura y esperando que sonara convincente), ella llegó y me acerqué inmediatamente :

- Hola tía… ¿podemos hablar? (¡eso es! Como personas civilizadas)

- ¡Hola Pierre!... ¿puede ser después?, ahora no puedo, hoy hay mucho trabajo, estamos retrazados, pero luego te comentaré de algo…

- Pero es que…

- ¡¿Que?! ¡¿el encargado de limpieza aun no llega?! ¡pero esto es el colmo! ¡Pierre por favor coge una escoba y empieza a limpiar el local! ( había llegado temprano para obtener un ascenso y terminé obteniendo una escoba )


Entonces sencillamente exploté (¡¿la cordura?! ¡Al carajo!), arrojé la escoba totalmente indignado, no soportaría más, ¡¿Qué me creían en ese restauransucho?! (Preferiría mil veces más trabajar de wachimán en Irak que seguir ahí), ella me miró aturdida y me fui.
Llegué a casa e hice lo que hace todo hombre que se acaba de quedar sin trabajo (nada), pensé que sería más difícil (pero estaba equivocado, no había de que temer), tenia dinero y eso era lo que importaba, entonces se me ocurrió una “excelente” idea…!Gastarlo! (si, en todo lo que se me apeteciera), todo fue
genial (sí, tuve más dinero que “Bill Gates” por un momento), hasta que lo perdí todo otra vez y me di cuenta que de nuevo estaba en la ruina, acabado y sin ningún perro que me ladre.
A veces dentro de nuestra inmadurez no sabemos valorar lo que en realidad poseemos (sea lo que sea), una amistad, una pareja, un bien, o como en mi caso… un empleo, días después entendí que las oportunidades se presentan sólo una vez y hay que saber aprovecharlas, al poco tiempo supe por intermedio de su esposo que mi tía de antemano ya había acordado un ascenso para mi en el área administrativa.