23 de febrero de 2010

¿Has visto a los fantasmas?








Son las dos de la madrugada del martes y no logro dormir, busco una posición adecuada, que me produzca el ansiado sueño, en mi confortable cama y en el esponjoso colchón que compré hace unos días, pero no tengo éxito.


Me levanto de la cama un tanto sofocado, rendido, y con la ligera sospecha de haber sido maliciosamente estafado por el atento sujeto de mangas de camisa que me vendió el colchón garantizándome que dormiría plácidamente como el tipo que aparece con su mujer en el comercial de dicho producto adormecedor, aunque en el fondo sé que el desgraciado duerme feliz porque tiene una bella mujer al lado y no por su afeminado colchón de marca celestial.
Me dirijo a la cocina por un vaso de agua, quizás para relajarme un poco, enciendo la luz, abro la refrigeradora y encuentro una coca-cola, entonces decido tomarme la coca-cola, aunque sé que no debería, pero nunca hay que menospreciar una coca-cola.


Mientras bebo y estoy en la cocina trato de no hacer ruido alguno para no despertar a los demás, pero a pesar de todos mis esfuerzos he interrumpido el sueño de Marcelina, la empleada de la casa. Joven, qué hace despierto a esta hora. Me pregunta casi regañándome, bostezando y restregándose los ojos. Lo siento, Marcelina. Me disculpo. No quise despertarte, es que no podía dormir y vine a tomar algo. Le explico. Pero no tome esa cochinada pues, joven. Me riñe. Le va a dar gases y se le va a poner como globo la panza, mejor le preparo un matecito. Se empeña. No te preocupes, Marce. Insisto. No creas que por hacer eso mi papá te va a pagar horas extras. Le bromeo. No, joven, como cree. Se ríe. Se hace un silencio y pienso en ir a probar suerte otra vez con mi nuevo colchón. Joven, una preguntita. Dime, Marce. Sigue de novio con su chica. Curiosea un tanto tímida e indecisa con una risita traviesa. No, Marce. Le confirmo. Ya no sigo de novio con mi chica, ella ya no es mi chica y yo ya no soy su novio. Le aclaro. Mejor, joven. Me alienta. Su chica no me caía. Y por qué no te caía, Marce. Pregunto curioso. Porque lo hacía sufrir mucho a usted, joven. Me sermonea fraternalmente. Aparte era media pituquita y se creía. No me hacia sufrir, Marce. Le explico con un gesto benévolo. Pero no te preocupes. La complazco. En lo posible trataré de no hacerme novio de pituquitas creídas. Mejor, joven. Me aconseja.


Calló de nuevo y preguntó con cierto interés su rostro legañoso: Y por qué ya no escribe, joven. Dejé de escribir por el trabajo, Marce, llegaba muy cansado. Le aclaro. Con razón pues, joven, pensé que era por lo que había dicho su hermano del blog…blog es ¿no? Se cerciora. Sí, Marce, y qué había dicho él de mi blog. Fisgoneo atraído por la crítica constructiva de mi hermano menor. El otro día escuché al joven diciéndole a su mamita que su blog era una cagada. Responde ella tan fiel y veraz como siempre. Cagada ¿no? Me cercioro. Sí, joven. Asiente ella. Bueno me voy a dormir, Marce, que descanses. Me despido. Usted también, joven, buenas noches y no se olvide de rezar.


Camino a mi habitación encuentro a mi hermana menor en el pasillo, se acerca sigilosamente con el cuerpo encogido y trémulo, me dice espantada que no puede dormir, le digo que yo tampoco, me pregunta con voz quebradiza si yo también vi a los fantasmas, le respondo que no, que yo sólo vi a Marcelina. Le pido que se calme y le digo que los fantasmas no existen (aunque sé que sí existen, pero miento para que se calme), la llevo a su habitación, enciendo la tv, pongo su programa favorito de cable y la acompaño hasta que duerma.


Llego a mi habitación y ya son las tres de la madrugada, me derribo en la cama y suena el celular, contesto, es Lucia, me reclama con una voz confusa y prepotente por qué ya no escribo sobre ella, está ebria y se oye una música monótona a lo lejos, no llego a entender lo que profiere con esfuerzo, entonces le sugiero que le pida a su novio que le escriba por mí. Se molesta, grita un par de improperios indescifrables y cuelga.


Escucho rechinar la cerradura de la puerta de mi habitación y advierto que esta se abre, logro ver a mi hermana, y ésta me regaña por haberla dejado sola, me disculpo con ella, le digo que no volverá a pasar, le pregunto si volvió a ver a los fantasmas, me dice que no, pero que no quería quedarse sola en su habitación. Se acuesta a mi lado y sé que dormirá conmigo, me recuesto también y pienso si debería volver a escribir, si debería volver a golpear a los perros con los que crecí, si valdría la pena sacarlos a pasear y darles de comer, tal vez oírlos ladrar o acaso aullar y luego ver como se muerden unos a otros hiriéndose y arrancándose las carnes.
Ella me mira con los ojos entrecerrados y me pregunta ya casi adormecida y con la voz apagada si ya he visto a los fantasmas. Yo creo que sí. Le respondo.